OCASO

Abajo, rumoroso el torrente, poblando la hondonada con el ruido de sus aguas tumultuosas y mugidoras que estrellándose de piedra en piedra, salpicaba de espumas los líquenes de la orilla y envolvía en una como gasa de niebla las florecillas azules y blancas que esmaltaban la ribera.  Los pájaros azorados volaban de una a otra orilla y los añosos árboles se inclinaban como para tratar de adormecer a aquel inquieto y rumoroso hijo de las arenas del desierto...

A un lado y a otro, las alturas inmensas. Rocas como tajadas a cincel, hechas para nidos de águilas y serpenteando por las laderas abruptas, los senderos  abiertos por los tuaregs que caminaban con sus camellos cargados de mercancías... En lo más alto de una roca, en el pico enhiesto, a la sombra de un viejo árbol estaba un hombre. Inmóvil, confudìase de lejos con el tronco del árbol mismo.

Era Moisés. Apoyado en su bastón de pastor del pueblo que liberò de sus amos egipcios, esperaba. ¿Qué estaba esperando? Esperaba el momento de reunirse con su Señor. Se le había dicho: "Sube al monte porque morirás..." Eso había  sido todo. Morirás como mueren los héroes. En el anonimato. En lo secreto de las peñas. Como el cóndor que para terminar sus días se esconde en lo escarpado de la peña para no mostrar sus últimos momentos de debilidad y vejez.

Así está el anciano Moisés. En la cima de su vida. En la cima de su edad. En la cima de sus sueños.

A lo lejos se divisa la frontera Cades-Barnea. El río brilla con tonalidades negras por el efecto del sol que se refleja en sus aguas. El Jordán separa el desierto de la Tierra Prometida. Pero él no podrá pasar al otro lado. Es decir, pasará al otro lado pero no del camino sino de la eternidad...

¡Tiempo de vivir y tiempo de morir! escribió el rey Salomon. Tiempo de llorar y tiempo de reír... Y el tiempo para este nómada del desierto se ha cumplido. Llegó el momento de reunirse con su Creador... Y darle paso al joven y bien entrenado Josué para que sea él quien cumpla el destino de un pueblo que abajo, expectante, espera ver que regrese su líder... Pero ya no regresará. Todo acabó para él. Y la vida tiene que seguir.

Estamos a las puertas de una nueva experiencia. El año está terminando. Está en la cúspide del final y abajo, en el valle verde y lleno de esperanzas y sueños esperamos a pasar al otro lado. Hay que seguir. Los planes que no se hicieron en el desierto ya no se podrán hacer.  Las palabras de amor que no se dijeron en el desierto quedarán enterradas en las arenas del olvido. Los besos que no se entregaron quedarán borrados para siempre. Los abrazos que no cobijaron con su calor de ternura quedan atrás. Los cantos que quisieron arrullar el alma adolorida que no se cantaron ya perdieron su sintonía... En el desierto quedaron las cosas que el tiempo borrará... Tiempo de morir...

Pero también se acerca el tiempo de vivir... Un nuevo año amanecerá muy pronto. La aurora cruzará el río. El pueblo entrará en el Reposo de Dios y comerà la leche y la miel prometidas. Volverán los besos a estar a flor de labios. Volverán las esperanzas a cobrar vida. Volverán los proyectos a vivir. Volverán los sueños a hacerse realidad... Volverán las oscuras golondrinas, escribió el poeta...

Y Jesus está en la Cima del nuevo año esperando a tomarnos de la mano para llevarnos a través no de un desierto sino de un nuevo Edén lleno de rosas, de perfumes, de ensueños, de esperanzas, de fe y de milagros... ¡Volverá a revivir en nuestros corazones la fe que Èl lo volverá a hacer! Habrá pan... Se los aseguro. Yo llevo treintisiete años de cruzar al otro lado y Jesus nunca me ha fallado... Pruébelo.

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