NO LLORES...

El tiempo es cierzo y la ilusión es flor, cuando pasa sobre ella la marchita.  Pasión de madre, loca y desbordada, amor de carne, dura poco, languidece, vacila y muere al fin... Callaban las aves, murmuraba la fuente, susurraba la brisa, clareaban los luceros en el cielo pálido y la noche apacible se poblaba de rumores cuando ella, la madre doliente y llena de pesar, dejaba el boscaje de su hogar mutilado por el dolor de su pérdida, aquel templo de amor entoldado ahora por el luto de la muerte...

En aquel edén abandonado no quedó ángel custodio. Solo la virtud parecía sollozar tristemente en el fondo de aquel corazón herido por la soledad, el infortunio y la desesperanza...

La muerte es como una tigresa que ha satisfecho su hambre. Después de dejar despojos de lo que necesitaba se aleja del entorno. Fiera saciada se retira al monte. Deseo satisfecho, hambre que se muere. La muerte también sufre muerte... El amor de la madre que llora y la pasión de la muerte desbordante de triunfo...

Aquella tarde el sol agonizaba, tenue brisa refrescaba el ambiente, las aves como siempre, llegaban abatiendo el vuelo a los nidales y ella, la angustiada, la anciana sola y dolorosa espera ahora su turno para reunirse con el hijo que llevan en andas a su última morada...

Su único hijo ha muerto. Se lo arrebató la eterna ingrata que visita los hogares en donde se sabe que el calor del amor fluye a través de los brazos amorosos del hijo que arrulla a aquella que lo arrulló cuando niño. Porque los papeles se invierten. Ella le dio de comer en sus primeros años. Ahora era él quien le daba de comer a ella. Ella lo abrigaba antes de salir de casa, ahora es él quien le dice lo mismo. Te pones suéter, mamá, afuera hace mucho viento... Ella le tomaba la mano cuando chico para cruzar la calle, ahora es él quien le toma la mano a la anciana para cruzar la misma calle...

Pero se fue. Mejor dicho, se lo quitaron. Y ella queda no solo vestida de luto pero también de dolor. De angustia por el futuro. Ya no habrá quien le recuerde lo del suéter, ya no habrá quien le lleve un pan a su mesa, ya no habrá quien le cubra los pies cuando haga frío, ya no habrá quien la tome de la mano para cruzar la calle... Por eso llora. Llora de tristeza. De cólera. De necesidad. De dolor. Ese dolor que desgarra su corazón que nunca había conocido el amor hasta que su hijo llenó todo su mundo. Mundo que ahora queda vacío, como vacío quedó el nido en su rama que se resquebraja por el viento que amenaza con derribarla... Caña cascada. Pàbilo humeante... Pero algo cambió:

"Al verla, el Señor tuvo compasión de ella, y le dijo:No llores. Y acercándose, tocó el féretro; y los que lo llevaban se detuvieron. Y Jesús dijo:Joven, a ti te digo:¡Levántate! El que había muerto se incorporó y comenzó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre..." (Luc. 7:13)

Sì, se nos va otro año. Se nos va otro poco de vida. Otra cana en el cabello. Otra arruga en el rostro. Otra mancha en la piel. Otro temblor en las manos. Otra debilidad en las rodillas. Quizá otro amor que creíamos nuestro se alejó de nuestro lado. Otro gozo que no perduró como esperábamos. Otro hijo que crece. Otro sueño que no se realizó... Y lloramos. Lloramos lágrimas de duda. De dolor. De soledad. El futuro es incierto... Lo único cierto y verdadero es Jesus. Y es Èl quien nos dice otra vez, como a la viuda de la historia de Lucas... "No llores". Espera en Dios que Èl hará lo que prometió. Sus planes para el dos mil quince son de bien y no de mal. Tus dudas se desvanecerán y volverás a reír y disfrutar y vivir...


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