MATEO

La fiesta está en todo su apogeo...

Muchos publicanos, pecadores y amigos del judìo Mateo han asistido a la convocatoria que les hizo su amigo. Les prometió mucha comida, bebida y una que otra muchacha para que les alegrara la velada. Las mesas con los más finos manjares están listas y las bebidas circulan en las bandejas sobre los hombros de los meseros contratados con el Catering que atiende la fiesta.

Es una fiesta digna de reyes. En un rincón está la orquesta que fue contratada para esa ocasión para que alegre el ambiente festivo que se vive en la casa de este potentado publicano...

Risas, música, chistes y bailes es lo que abunda en esa fiesta. Mateo ha convocado a sus colegas publicanos quienes se dedican, como él, a cobrar los impuestos del pueblo a favor del Imperio romano que los contrata para ese trabajo. Claro, eso los hace odiosos al resto del pueblo ya que no tienen ningún escrúpulo para hacerse de su fortuna personal mientras se encargan de reportar a sus patrones el impuesto que ellos han definido. El resto es de ustedes, muchachos, así que pònganse listos porque el César no paga salarios, cada uno de ustedes tendrá que ver cuánto quiere hacer en el mes...

Así de sencillo. Corrupción pura. Inmoralidad a la enésima potencia.

Así que hoy, Mateo ha escrito varios mensajes y los ha enviado a sus compañeros de cobros: Les invito a una cena. He tomado la decisión de jubilarme ya que abandono la mesa de impuestos y me dedicaré a asuntos puramente personales. Pero no me quiero retirar sin antes compartir con ustedes un bocadillo en mi casa a las ocho de la noche en punto. Es más, por aquello que necesite algún favor un día, quiero dejar puertas abiertas entre ustedes. ¡Ah! otra cosa: quiero que conozcan a Alguien que conocí esta mañana. Es un personaje muy interesante. Vengan y comprueben personalmente de quien les hablo. Saludos. Mateo, el publicano.

Así que ahí les tenemos. Bromas. Carcajadas a granel. Recuento de historias de fraudes. Burlas hacia el gobernador romano. Grupos homogéneos  con sus elegantes túnicas y ropas finas. Joyas en sus dedos. Barbas bien recortadas en contra del mandamiento levítico de que ningún judìo debía recortar la punta de su barba.  Pero esos personajes viven su propia ley. Claro, el Sábado asisten a su sinagoga pero luego del servicio regresan a sus oficinas de recaudación fiscal.  El dinero circula, amigos, y hay que pagar impuestos. Vasos de vino caro y uno que otro cigarro traído de Arabia perfuman el ambiente.

Y, ¿ni saben quién llegó a la fiesta?

"Cuando Jesús se fue de allí, vio a un hombre llamado Mateo, sentado en la oficina de los tributos, y le dijo:¡Sígueme! Y levantándose, le siguió. Y sucedió que estando El sentado a la mesa en la casa, he aquí, muchos recaudadores de impuestos y pecadores llegaron y se sentaron a la mesa con Jesús y sus discípulos. Y cuando vieron esto, los fariseos dijeron a sus discípulos:¿Por qué come vuestro Maestro con los recaudadores de impuestos y pecadores? Al oír El esto, dijo:Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los que están enfermos" Mat. 9:9...

¡Exacto! Jesus. El Señor de esos señores. El rey de esos reyes. El incorruptible. El tres veces Santo... Así que allí le tenemos sentado a la mesa con esa partida de insensibles a la necesidad de la viuda y del huérfano... Es cierto, eran potentados, ricos y elegantes. Por fuera olían a perfumes caros, pero por dentro apestaban a pecado. Eran enfermos. Enfermos del alma. Enfermos e insensibles. Duros con el prójimo. Malhablados. Mañosos. Pícaros y muchas linduras más... Como usted y como yo... Por eso Jesus comió en nuestra mesa también... ¿A qué tanto orgullo entonces?


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