HUERTOS...

...Un hombre superior, un  genio, un hombre singular no tiene amigos, solo enemigos domesticados. ¿Acaso solo por ser singular tienen derecho a pisotearlo? ¿Solo porque una mujer se considera una dama, tienen derecho a ultrajarla? ¿Son culpables entonces, el cielo de poblarse de estrellas, el volcán de producir lava y llamas, y la tierra de cubrirse de flores y follajes...? ¿Es un crimen amar a Dios? ¿Es un pecado querer hacer su Voluntad a costa de cualquier precio?

Los huertos tienen ese como algo que los demás no entienden. No entienden como almas superiores, almas que se inclinan como el junco ante el viento pero no se quiebran, almas que se han entregado a la pasión de su corazón para salir de la plebe y convertirse en seres individuales, gentes de realeza en donde los anfibios no pueden llegar... Son gente de manjar y ambrosía, gente de ideales, corazones blondos y esbeltos a fuerza de la ternura que llevan dentro, son como un rayo de luz prisioneros en una nube...

El amor es fuerte como una espada: Si no corta todos los lazos no es amor...

En el Huerto de Edén se desató una tormenta por el Amor. El amor que no vive para morir no es amor de Dios. Caín no soportó la estoicidad de Abel. Caín no soportó que su hermano fuera acepto ante la Majestad a causa de su sacrificio. Los que sacrifican sus vidas en el Ara del amor ofenden a los demás. Se hacen aborrecibles y hay que eliminarlos. En el Huerto de Edén el amor triunfó porque hasta el día de hoy ese amor convertido en sangre clama desde la tierra. Clama venganza...

En el Huerto de los Olivos se desató también otra tormenta. Jesus peleó la batalla más cruda de la historia humana. Peleó contra las huestes del infierno que trataron de hacerle retroceder y no ir al cadalso, no ir a la Cruz para cumplir su destino. Sudó sangre. Sudó dolor. Sudó agonía. Solo. Sin amigos. Sin nadie a su lado excepto su Padre que lo acompañó en las personas de sus siervos Moisés y Elías... Tuvieron que venir desde el Cielo otros que habían padecido su propio dolor para poder consolar al Hijo que horas después iba a ser entregado... En ese Huerto de los Olivos el beso de Judas, como serpiente, mordió el Corazón de Jesus. Su baba ensució la Santidad del Cordero. Ensució su Alma sufriente... Hay besos que no dejan sino una viscosidad de maldad en las mejillas. Hay besos que no dejan calor sino un escalofrío doloroso. Porque los que besan así fueron íntimos. Fueron hermanos amados. Fueron esposos que durmieron juntos. Fueron hijos que comieron en la misma mesa...

Y, por último, hay Huertos en los hogares en donde la puñalada de Caín se ha introducido en los corazones de aquellas mujeres que fueron abandonadas por el hombre que prometió amarlas delante de un altar. En esos huertos también han habido caìnes que traicionaron el amor, mataron la fe, mataron la fidelidad, la confianza y el honor de aquellas que les dieron lo mejor de sus vidas: Su corazón amante y juvenil...

En esos huertos han habido Judas que besaron el pecado, besaron la miseria de los vicios. Besaron el polvo humillante del licor y traicionaron la mesa donde comieron convirtiéndola en mesa de demonios... Hubo Judas que convirtieron piedras en su pan al abandonar a sus hijos, al abandonar sus hogares, al abandonar el nido...

Tres Huertos. De los tres se han levantado gigantes de fe, gigantes de amor. Vencedores que se limpiaron los besos traidores. Gigantes que sufrieron el estigma de la puñalada trapera pero que siguieron creyendo, como el Maestro: "...pero no se haga mi voluntad sino la Tuya..."

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