HAMBRE

Los arreboles del cielo apenas empiezan a darle brillo a otro día... Pero el día de esta viuda no parece luminoso. Está recogiendo leña para calentar lo último que le queda en el trasto viejo y oxidado de su cocina. Su semblante es como cenizo. No tiene vida en sus ojos que parecen grises como gris ha sido su vida desde que quedó sola con su hijo a quien tiene que alimentar... En sus sienes ya platean las canas que anuncian los últimos años de su vida. Su espalda, encorvada a causa de tanto dolor y soledad está más encorvada aún porque está doblándola ante la necesidad de un poco de fuego para comer y morir... Es como una golondrina con su ala herida  que busca donde reposar para que llegue la hora de su muerte ya que en vano ha tratado de volver a remontar el vuelo.

La mañana fría, de un frío intenso, hacía tétrico aquel paraje abandonado. Arboles deshojados, cipreses lúgubres, arbustos endebles, rosales muertos bajo el rigor del invierno prematuro... Ni una flor, ni un matiz de vida, ni un rumor de fuente, ni el canto de un pájaro en la fronda... Su alma viaja más allá de la vida en el seno de la nada, el alba de la vida no le da vida, aunque el sol está radiante de luz, la viuda está llena de tinieblas, tinieblas de muerte. Tiene hambre...

Esta alondra triste y cabizbaja que ha dejado sus mejores años de vida en los brazos del difunto padre de su hijo ahora está agonizando. Agoniza de dolor, de soledad y sus entrañas le exigen que sacie lo que ella no puede brindar... Hay hambres que hacen sentir un profundo abismo entre la vida pletórica y la vida ausente de vida... Hay hambre en el corazón, en el alma, en lo profundo del ser interior. Hay varias clases se hambres: de amor, de calor, de amistad, de besos, de una sonrisa, de intimidad, de un pequeño roce de manos... También hambre de fama. De ser conocidos. Como el bebé recién nacido que ha abandonado la matriz que lo cobijaba hace unos momentos y ya tiene hambre. Necesita prenderse del pezòn del pecho de la madre para saber que hay alguien que lo alimentará y saciará su necesidad de alimento. Así hay adultos que están ansiosos por prenderse del pezòn de cualquiera que les pueda brindar un poco de calor, de amor y de amistad. Eso le sucedió a la adúltera del Evangelio. Tenía hambre. Y los hipócritas la quisieron apedrear por saciar su hambre. Solo Jesus sabe por qué hacemos que las piedras se conviertan en pan: Porque tenemos hambre.

Pero Dios, que sabe dónde están los hambrientos, y envía siempre a sus Escogidos para que sacien su hambre. Bienaventurados los que tienen hambre y sed, porque serán saciados, dijo Jesus... Y en aquella oportunidad Èl envió a su profeta...

Dame agua fue la presentación del hombre de Dios ante la viuda que estaba al borde la tumba. Dame agua. Y ella fue a traerle agua...

Asombroso que aún en los hambrientos hay un lugar en lo recóndito de su necesidad que siempre hará que sacien la necesidad de otros. La viuda no tiene comida pero tiene agua. El profeta tiene comida pero no tiene agua. No lo tenemos todo. Siempre hay algún vacío dentro de nosotros que otros pueden llenar. Y nosotros tenemos algo que otros necesitan. Así hizo Dios la vida. Para que nos complementemos. No entender este principio hará que nos volvamos egoístas. Pobres. Necesitados. Miserables. Los más dignos de lástima, dijo Pablo...

Y la viuda comió y Elías sació su sed. Esté atento: en algún lugar de su camino encontrará a una viuda o algún viudo necesitado de un pedazo de pan que solo usted puede darle. Y a cambio recibirá un refrescante vaso de agua... Se lo garantizo. Usted quizá no tenga hambre... pero puede tener sed.

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