EXILIO

La isla está desierta. Las olas del mar embravecido chocan contra las rocas de la orilla en donde las gaviotas dejan sus nidos para aventurarse en el mar para buscar el alimento de sus crías. Nubes de espuma bañan la playa y la arena blanca que rodea el lugar hace más tétrico el espectáculo...

El anciano está solo. Lo han exiliado a Patmos porque el Imperio romano no soporta a personas como él. Personas definidas que adoran a un Dios que ellos no conocen. Es un hecho que lo que no se conoce no se acepta. Y Juan adora a Jesus no importa quien lo entienda y quien no.

En su soledad tiene tiempo suficiente para platicar con Dios. Eleva sus ojos al cielo en busca de respuestas a sus preguntas. No cuestiona la Voluntad Divina, solo espera que se le aclaren las ideas del por qué lo tienen así: solitario, abandonado a la Mano de Dios y extrañando a sus amigos y parientes. Las codornices vuelan sobre su improvisado lecho y las golondrinas azules y negras gorjean entre sí. En la distancia se ve una roca con una figura que se le antoja como un antiguo Moisés y en su mente fabrica imágenes para consolar su soledad...

Y Dios le envía la revelación.  Le muestra el final de los tiempos. Y se escribe el Apocalipsis. Solo los que se quedan solos y apartados tienen ese privilegio. Son los patricios. Los que no se mezclan ni rebajan sus estándares. Son los valientes que definen sus vidas por lo que son y no por lo que dice la gente de ellos.

Hay exilios que no se cumplen en las islas como el Apóstol Juan. Hay hombres exiliados por sus hijos que no quieren tener que ver nada con ellos. Esposas que fueron abandonadas por el amor que le prometió estar con ellas todo el tiempo y abandonó el nido y ella quedó en un exilio de dolor, tristeza y melancolía. Hay exiliados en la cama de un hospital. O en una càrcel, esperando que el tiempo pase para poder respirar vientos de libertad. Hay exilios de amor. Gente que se negó a amar, que se negó a abrazar en su seno a un hambriento de calor. Exilios maternos. Mujeres que se negaron el privilegio de tener hijos para amamantarlos por temor a no saber qué hacer con ese regalo...

Y Juan medita en su exilio. Medita en su vida. Medita en su soledad...Medita en el final del trayecto:

"No me enamora esta muerte melancólica, como de un arpa que se rompe, de un canto que se extingue, muerte que semeja el pálido declinar de una tarde, el frío beso de la soledad en la húmeda gruta, sobre los labios de un gigante dormido.

Me place y me seduce, sí, la muerte aquella que viene, suelta la cabellera con mirada centelleante, flamigera espada, desgarrado manto, rugir de muchedumbres y rumor de catástrofes. Muerte indómita que besa frente de héroes rebeldes. Tristeza, mucha tristeza hay en mi alma. Dolor, profundo dolor que me agobia, pero me envuelve como  la sombra a la pálida estatua: siempre de pie. La enfermedad y la nostalgia, sentadas a la cabecera de mi lecho, son sombríos compañeros. El invierno a la puerta de mi cuarto me hace centinela... Ruge el viento, cae la nieve afuera, chisporrotea la llama adentro, he ahí los únicos rumores que llegan a mi oído, en este horrible desierto en que vegeto... Mis hermanos, mis amigos, todos los que me aman están lejos..." Exilio de amor. Exiliado de ternura. Exiliado de amistades. Pero no por Dios. Èl siempre está allí... con los exiliados de todas las épocas...

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