DAVID

La vida no era dulce para aquel hombre hecho nada que está implorando de rodillas al Cielo que descienda hasta su destrozado corazón una gota de Misericordia... La tristeza batía el ala fatigada en aquellas palabras llenas de tumultuosa inquietud de un corazón que ha perdido su vía y quiere hallarla, fascinado aún por los esplendores de sueños que fueron soles y que rebeldes a morir, brillan aún con el fulgor de minerales en el corazón salvaje de la roca...El hombre en este momento, era un alma de excepción que se alzaba y volaba muy alto sobre el lecho de mármol, como un pájaro muy fuerte y muy blanco sobre las impurezas del pantano.  Sabía muy bien que hay muchas venturas que devorar y muchas bellezas que agotar, más allá de los límites materiales del pecado.

El Profeta había dado su mensaje: Ese hombre eres tù. El adúltero. El asesino. El que sacrificó la única ovejita que tenía el hombre que ahora yace en una tumba desconocida en el campo de batalla. La culpa, el enojo, la ira, la frustración, el pecado lo corroe por dentro. Se había olvidado, como buen humano, del mal que había hecho y la muerte prematura de su soldado. Ahora el Nombre de su Dios está siendo blasfemado y rebajado a un nivel inaceptable. Por eso ese Dios celoso de Su Nombre y de su Honra ha tomado a su mensajero y le ha enviado a dar su veredicto: ¿Qué vas a hacer con lo que hiciste? ¿Como piensas arreglar el veneno que inyectaste en el corazón de Betsabè a causa de tu desorden sexual y de tus irrefrenables pasiones carnales...? Y David, el poderoso Rey de Israel se da cuenta de su miseria. Se da cuenta de su necesidad de perdón, de misericordia y de restauración. Cae de rodillas ante la Majestad del Cielo y abre las compuertas de su fracasado corazón y sus labios, en silencio, pronuncian sus oraciones...El cielo está en silencio. Los ángeles guardan silencio. Dios espera en silencio la convicción de su hombre en quien confía aún y sabe que se levantará como el gorrión herido con su ala rota y volverá a ser el valiente matador de gigantes...

...Yo romperé ese silencio porque hay lágrimas que corroen el acero mejor templado, decía David. Tu piedad, oh, Dios, hacia mí es un deber. No se modela una alma para la belleza eterna sin que no sea una ingratitud arrojar luego esa arcilla hecha pedazos por la mano de la fatalidad, en los mares del olvido... Yo no pido que olvides, sé que mi pecado estará delante de Tì, lo que pido es tu Piedad. ¿Por qué negármela? No es la inocencia sino el pecado el que tiene derecho a la Misericordia...Si me lo permitieras, yo haría de rodillas el viaje de peregrinación hacia el mar del perdón... ¿Está muy lejana esa playa, donde los corazones desolados vuelven a florecer...? ¿Acaso Tù no conoces mi condición pecaminosa? ¿No fuiste Tù quien me hizo en el vientre de mi madre? Tù y yo sabemos que en pecado fui concebido y mi embriòn vieron tus Ojos... Por lo tanto, Señor, no quites de mí tu Santo Espíritu y vuélveme el regalo de tu salvación...

Dios arregla el pecado. Muere el pasado y en su lugar, brilla un futuro brillante. Lleno de promesas y bienaventuranzas... David se ha puesto en paz. En esa paz que sobrepasa todo entendimiento...

Y Dios espera que nosotros también nos atrevamos a hablar como necesitados. Como los que saben Quién es ese Dios que se ha revelado a nuestras vidas y reclamemos, como David, que las promesas hechas a su Pueblo se cumplan en nuestras vidas... A eso vino Jesus: A presentarnos al Padre... Hable con Èl de sus dolores y verà la salvación de Jehovà... ¡Adelante, entonces...!

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