RESURECCIÒN
...La mujer ha estado velando toda la noche. Espera con ansias que amanezca. Espera con ansiedad los primeros rayos de luz que el anhelado sol empiece a lanzar sobre las colinas de Jerusalem... No soporta la idea que su Amado no sea ungido como debe serlo. Primero, porque el amor que siente por Èl la arrastra a una pasión invencible de ternura que no encuentra dique que la detenga. Segundo, porque tiene que demostrar que es agradecida por todo el bien que recibió mientras Èl vivió en su tierra... Su Benoni. Su Maestro. Su Salvador. Su Redentor...
Ahora está en una tumba y por la prisa con que lo encerraron, no hubo tiempo de ungirlo. Y ahora ella está ansiosa por cumplir ese precepto de la Ley. La misma Ley que le prohibe caminar antes de que termine el Shabbat. Y esa prohibición terminará con los primeros rayos de luz de ese eterno amanecer.
Lo último que recuerda del viernes fatídico en que colgaron a su Maestro fue ver a la madre doliente que lloraba, lloraba muy triste al pie del patíbulo en donde su amado Hijo derramaba hasta la última gota de su Sangre... Ella derramaba hasta la última lágrima de dolor. Un blanco sudario temblaba en sus manos, sus pálidas manos que habían arrullado al casto Hijo que ahora colgaba en la cruz...
Pero ya está. Ya amaneció. Ya puede ir con toda la prisa que sus piernas le proveen para buscar con amor infinito el Rostro de Aquel que le dio la paz y la redención... El despertar fue apacible y brumoso. El amanecer no sabe la tormenta que ha habido en ese corazón. El amanecer es como una vuelta a la vida, inconsciente y suave, el regreso de un viaje muy lejano, el despertar de un sueño sin recuerdos...
María corre a la tumba y desea postrarse al pie del lecho mortuorio y restañar su sangre y vendar sus heridas, y a la cabecera de su improvisada cama establecerse solícita como una hermana y contar con angustia indefinible las heridas de la corona y soportar con un valor estoico las largas, las interminables y negras horas de velar solitaria... "Mi alma está triste, triste hasta la muerte..." había dicho el Maestro horas antes de entregarse por aquellos que amó hasta el fin... Y en esa lista estábamos María magdalena, usted y yo... Ahora es el alma de María la que está triste. Y llora. Y ora. Y clama... Las almas que son puras acendran la plegaria, que tiembla entre sus labios cual néctar de un panal, las almas que son fuertes no ruegan, interrogan, y el verbo brota de ellas, cual llama de un volcán... la mujer es un pájaro asustado, que teme a las tormentas de la vida...
Y ve la Tumba vacía. No está su amado. Y como la sunamita le pregunta al jardinero: ¿Has visto a mi Amado? Mi amado es Blanco y Rubio... Y el jardinero la observa en silencio. Nota como un dolor inmenso llena su corazón y se apiada de ella. Basta un susurro. Un susurro que llena el firmamento al pronunciar su nombre... "María..." Y María cae a sus Santos Pies y recuerda cuando días antes los ungió para ese momento precisamente... Se inclina ante su Raboni y desea tocarlo, desea rozar con sus dedos sus sagradas vestiduras pero no se le permite. "Anda -le dice el Señor- y dile a mis amigos que pronto los veré..." Y ella sale corriendo nuevamente a llamar a aquellos que no velaron, a aquellos que no esperaron, a aquellos que no creyeron...
En el amor hay una ecuación: aquella en que nos arrastra como una tempestad. Y es esa tempestad la que ha arrastrado a María a dejarnos su legado: Nosotros también necesitábamos ir a esa Tumba...
Ahora está en una tumba y por la prisa con que lo encerraron, no hubo tiempo de ungirlo. Y ahora ella está ansiosa por cumplir ese precepto de la Ley. La misma Ley que le prohibe caminar antes de que termine el Shabbat. Y esa prohibición terminará con los primeros rayos de luz de ese eterno amanecer.
Lo último que recuerda del viernes fatídico en que colgaron a su Maestro fue ver a la madre doliente que lloraba, lloraba muy triste al pie del patíbulo en donde su amado Hijo derramaba hasta la última gota de su Sangre... Ella derramaba hasta la última lágrima de dolor. Un blanco sudario temblaba en sus manos, sus pálidas manos que habían arrullado al casto Hijo que ahora colgaba en la cruz...
Pero ya está. Ya amaneció. Ya puede ir con toda la prisa que sus piernas le proveen para buscar con amor infinito el Rostro de Aquel que le dio la paz y la redención... El despertar fue apacible y brumoso. El amanecer no sabe la tormenta que ha habido en ese corazón. El amanecer es como una vuelta a la vida, inconsciente y suave, el regreso de un viaje muy lejano, el despertar de un sueño sin recuerdos...
María corre a la tumba y desea postrarse al pie del lecho mortuorio y restañar su sangre y vendar sus heridas, y a la cabecera de su improvisada cama establecerse solícita como una hermana y contar con angustia indefinible las heridas de la corona y soportar con un valor estoico las largas, las interminables y negras horas de velar solitaria... "Mi alma está triste, triste hasta la muerte..." había dicho el Maestro horas antes de entregarse por aquellos que amó hasta el fin... Y en esa lista estábamos María magdalena, usted y yo... Ahora es el alma de María la que está triste. Y llora. Y ora. Y clama... Las almas que son puras acendran la plegaria, que tiembla entre sus labios cual néctar de un panal, las almas que son fuertes no ruegan, interrogan, y el verbo brota de ellas, cual llama de un volcán... la mujer es un pájaro asustado, que teme a las tormentas de la vida...
Y ve la Tumba vacía. No está su amado. Y como la sunamita le pregunta al jardinero: ¿Has visto a mi Amado? Mi amado es Blanco y Rubio... Y el jardinero la observa en silencio. Nota como un dolor inmenso llena su corazón y se apiada de ella. Basta un susurro. Un susurro que llena el firmamento al pronunciar su nombre... "María..." Y María cae a sus Santos Pies y recuerda cuando días antes los ungió para ese momento precisamente... Se inclina ante su Raboni y desea tocarlo, desea rozar con sus dedos sus sagradas vestiduras pero no se le permite. "Anda -le dice el Señor- y dile a mis amigos que pronto los veré..." Y ella sale corriendo nuevamente a llamar a aquellos que no velaron, a aquellos que no esperaron, a aquellos que no creyeron...
En el amor hay una ecuación: aquella en que nos arrastra como una tempestad. Y es esa tempestad la que ha arrastrado a María a dejarnos su legado: Nosotros también necesitábamos ir a esa Tumba...
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