LA NOCHE

...El profeta se alejó con pasos cansados, agotado por el esfuerzo de tener que confrontar a su rey con su pasado y su pecado... Y el rey quedó solo. Solo con sus remordimientos. Solo con su alma apesadumbrada por haber querido creer que era omnipotente, que podía hacer lo que su alma quería... Pero la presencia del santo profeta le había hecho ver la cruda realidad...

Había pecado contra el Señor de su vida, había caído insolentemente en la carnalidad al enamorarse de la mujer de su mejor amigo y defensor... Una tristeza profunda lo sumió como en un abismo de locura y de ansiedad. Su cuerpo temblaba de miedo y terror al pensar en lo que sus oídos acababan de escuchar: "Tù eres ese hombre..."

Sus rodillas flaquearon, su pulso se aceleró, escondió su cabeza entre las débiles piernas que casi ya no le sostenían y, desde el fondo de su corazón elevó, como una triste paloma, su oración al Cielo, clamando en un susurro... "No quites de mí tu Santo Espíritu. Devuèlveme el gozo de tu salvación..."

Había caído la noche de su vida. La noche más negra y más larga de su existencia. Su trono se desmoronaba con cada plegaria, su poder se hizo añicos ante la Majestuosidad del Dios que lo escuchaba en silencio mientras su servidumbre observaba con rostros llenos de tristeza y dolor...era el momento de las melancolías donde erraba como un extraño dolor el fantasma terrible de la culpa, un viento de demencia bajaba de los cerros violetas, sobre el llano verde y ajaba los rosales que ellos también, parecían ofrecerse a las manos de ofelias invisibles para ser marchitadas por el dolor del corazón del hombre que lloraba por la tragedia que se había cernido sobre su vida y su reino...

Como un lobo melancólico, la noche gemía de tristeza,  rugía como una tigresa con hambre de devorar, se diría que se lamentaba y su lamento hacía nacer imprecaciones del uno al otro extremo de la tierra, el viento sonaba como una cólera de pueblos y el rayo vibraba como una acechanza de enemigos y la tempestad de su pecado rugía como queriendo devorar al hombre postrado sobre sus rodillas... ¡Noche de horror! ¡Noche imponderable!

Así estaba el rey David en aquel momento de oscuridad. La pasión por la mujer prohibida lo había llevado a las profundidades de la oscuridad y la ignorancia. Creyó que se podía esconder de los Santos Ojos de su Dios y se vio descubierto por ellos mismos...

Pero sabía que había misericordia para el que se arrepiente. Sabía que las Alas del Santo Ser que lo cobijaba no lo abandonaría jamás, sabía que él, como las águilas, volvería a rehacer sus plumas y volvería a elevarse a las alturas y dejaría atrás ese recuerdo y ese pasado que lo estrangulaba... Porque, o se estrangula el pasado o éste nos estrangula a nosotros. Y eso estaba haciendo en aquellos momentos de pelea nocturna: Estrangular su pecado. Ahorcarlo y sacarlo fuera de su vida. Confesar su pequeñez y su imprudencia. Y, como el albatros levanta sus alas en la inmensidad del mar, así David levantó su corazón a la Presencia de la Bondad y se cobijó como el polluelo se refugia en las alas de su madre...

Así... cuando nos llegue la noche del dolor, la noche de la tristeza, la noche de la angustia, la noche de la soledad, la noche que amenaza con dejarnos en la más abyecta oscuridad... levantemos la torcaz de nuestras plegarias y dejèmosla volar hacia las alturas para que de allí vengan momentos de refrigerio... Bienaventurados los que lloran, porque de ellos es el Reino de la Consolación...

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