LA CUEVA

Momentos difíciles. Momentos dolorosos. Momentos que se hacen eternos. La soledad nos llega y de pronto nos sentimos abandonados. ¿Abandonados dije? Sì, pero en una simbiosis de hechos: Abandonados pero seguros que Alguien está a nuestro lado. Pero no lo vemos. Es una certeza abstracta que nos hace sentir y creer que ese Alguien no nos abandona y que siempre está atento a nuestros estados de animo...

Hay días en que nos sentimos como la alondra tomando el sol en el cable de la luz. Solitaria, calentando sus plumas y preparando sus alas para volar al infinito en compañía de su pareja. Como el gorrión que remueve su plumaje mientras toma el sol de la mañana para calentar su frágil cuerpo y prepararse para el día... Así el alma humana espera con ansias la mañana para empezar a vivir, a soñar, a experimentar las sorpresas del momento...

Elevar una plegaria al cielo en busca de respuestas. Elevar los ojos al firmamento plagado de estrellas en donde la aurora empieza a hacer clarear el día, en donde el sol se anuncia primero con suavidad, como tímido entre las nubes del horizonte pero sabemos que dentro de unas horas estará en todo su esplendor llenando con su luz el firmamento...

Así estaba Daniel aquella madrugada en el foso de los leones. Las circunstancias de su vida lo habían llevado a ese lugar. Sus enemigos lo habían difamado ante el rey y habían logrado encerrarlo entre leones hambrientos y feroces, esperando enterrar en su cuerpo sus colmillos y empezar a despedazar sus carnes y devorarlo para saciar el hambre que los consumía y el hambre de aquellos que sentían una inmensa cólera contra el siervo de Dios que impávido oraba delante de todos para anunciar su fe, para anunciar su confianza en Aquel que había prometido protegerlo contra todo y contra todos... La oscuridad de la cueva impregnaba de terror su noche. Esa noche que le pareció eterna. Esa noche de su vida en la que el dolor se hizo insoportable. Pero en medio de toda esa tragedia, Daniel sabía que podía confiar en el que dijo: Yo estaré contigo todos los días hasta el fin... Y esa noche era el momento de vivirlo. No solo de repetirlo y escucharlo o saberlo. De vivirlo. En carne propia. Como nos tocará a nosotros en cualquier momento. Como nos llegará la hora de nuestra cueva con los leones, los leones de la duda, del hambre, del hospital, de la tragedia, de la muerte, de la angustia...


Pasan las horas. Algo como un sentido de paz reina en esa cueva. Solo se escucha el resoplar tranquilo de las bestias que debieron haber despedazado aquel cuerpo pero que ahora están plácidamente durmiendo... Daniel se recuesta en la pared viendo a través de la reja del techo el firmamento lleno de estrellas y de esperanza. El tiempo avanza durante la noche y se hace eterna, espera con ansias el amanecer para hacer lo que había dicho otro varón lleno de dolores: En la mañana oirás mi voz, clamaré a Ti y Tù me escucharás, había cantado David... Pero hoy Daniel está aprendiendo que el tiempo es inexorable, pasa y no perdona, todos los días devora algo de nosotros. El tiempo lo ultraja todo, hasta el genio y la belleza… Y ese tiempo en la cueva está devorando las fuerzas, las energías pero algo que no sabe qué es,  le está inyectando lo que se llama fe... Esas dos letras que hacen la gran diferencia entre las águilas y los gusanos... Las águilas fueron hechas para volar, los gusanos para reptar...

La cueva... Ese lugar al que sin saber cómo ni cuando, estaremos entre esos leones que amenazarán nuestra existencia, pero como Daniel nos enseña, sabremos que el Rey llegará a preguntarnos en la mañana: ¿Resististe a los leones, hijo mío...?

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