JONAS...
Las rosas de la tarde, las rosas ya marchitas, las rosas del crepúsculo, las rosas que se mueren... Su aroma ya no llena el ambiente, su perfume ya no existe. El dolor acompaña la vida como la madre al hijo que tanto ha deseado. Los besos castos han desaparecido de los labios del profeta, ese profeta que fue enviado por su Maestro a cumplir una misión pero él decidió otra cosa...
Y allí está. Pereciendo en esa oscuridad que todo lo anula. Una oscuridad tenebrosa, una oscuridad que desalienta, una oscuridad que mata. Mata la esperanza. Mata la virtud. Mata la fe. Mata la vida...
Jonas ha huido a otros rumbos. El mar lo ha engullido como el horizonte engulle el barco a donde había ido a refugiarse para no cumplir su cometido. Como nos traga la vida, como nos engulle el dolor, como nos engulle el pasado... Cada día perdemos algo de vida... La vida nos quita la vida...
Y hoy Jonas está en tinieblas. No habla porque no hay nadie con quien hablar. Solo piensa. Está solo. Solo y el enjambre de recuerdos de una vida ya pasada. La oscuridad llena su corazón. Solo está él y sus pensamientos. Su destino: Nìnive. Su futuro: Nìnive. Su mandato: Nìnive. Pero él dijo no. El adalid de Dios dijo no. No le apetecía llegar a esa tierra odiada, no quería que se salvaran. No quería pisar esa tierra que detestaba...
Pero no contaba con que Dios no detesta a nadie. No rechaza a nadie. Al contrario, ama al mundo de tal manera que envió a su Hijo a morir por ese mundo putrefacto y lleno de dolor... Ese mundo que necesitaba la sanidad del dolor infligió Dolor a su Redentor. ¿Qué más podía darle a ese Hijo Santo? El mundo no puede dar sino lo que tiene. El mundo no tiene lo que deseamos. Y nos da lo que posee. Como la novia enamorada da su corazón, como el adolescente enamorado brinda su naciente amor a su doncella, como la madre que amamanta a su bebé, como el esposo enamorado da el vino de sus besos al motivo de su amor... El mundo solo nos puede dar lo que tiene. Y lo tiene en abundancia... Ese es el trágico misterio del mundo...
Para eso fue enviado Jonas al mundo. A darle buenas nuevas. A decirle que podía ser mejor. A darle el mensaje de ese Dios Poderoso que quería salvarlo. Jonas fue enviado a Nìnive para decirle que aún había salvación para su gente. Que aún había esperanza de sanidad. Que podían ser librados de la lepra que los consumía en su idolatría. Para eso fue enviado Jonas...
Pero ahora está en el vientre oscuro y viscoso del animal que lo está devolviendo a su destino. De la Mano de Dios nadie huye. Nadie se esconde de esos Ojos que todo lo escudriñan. De ese Rostro que todo lo llena. Cuando Dios dice que hay que hacer algo lo mejor es hacerlo. No hay opción. El sol sigue obedeciendo y aunque tímidamente en invierno, sigue dando su luz a los mortales. La lluvia sigue regando los Edenes a donde se le envía. La tórtola sigue llevando entre sus alas frías las oraciones de los santos y necesitados. El altar aún tiene el fuego de la Shekinà que bendice a los que le buscan cada mañana. Los lirios siguen floreciendo en el jardín de los sueños, las amapolas siguen brindando su polen para compartirlo con quien quiera, las rosas siguen abriendo sus pétalos al colibrí que se alimentará de su dulzura... El amor sigue fluyendo en forma de abrazos, sonrisas y besos. Dios dijo: "Amarás" y los que le obedecen siguen amando. Dios dijo "den", y los que le conocen siguen dando...
Jonas no quiere obedecer. Pero no hay problema. Dios lo envió y hará que vaya. Aunque tenga que ser tragado por el monstruo marino que se encargará de hacer cumplir Su Palabra...
Así que si El Señor le ha dicho que haga algo... hàgalo. No espere más...
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