GRACIAS...

La tarde caía y ella notó que algo faltaba en aquella casa... El Maestro, el día anterior le había hecho sentir cosas que nunca, ningún hombre había provocado en su corazón y en su interior... Era la Mirada límpida y diáfana de aquellos ojos que penetraron todo su ser...

Volvió a su casa perdonada. Liberada de su pasado tormentoso. Pasado que la condenaba a un infierno de culpa y maldición. Pero Èl la había mirado en esa como etérea estrella que iluminó su vida como un fugaz meteorito que atraviesa el firmamento, así fue traspasada su alma... Y quitó la culpa. Y quitó la condenación. Quitó el tormento. Y el infierno de su pasado quedó olvidado. Olvidado para siempre...

¿Como dar gracias? El Hombre está inalcanzable. Sus discípulos lo rodean para que nadie, menos una mujer del vulgo se acerque a Èl. Podría mancharlo con sus impurezas. No le permiten hablarle, el sonido de su voz pecadora puede ensuciar aquella Santidad que vive en Èl... Pero, ¿como agradecer esa liberación que ahora disfruta? Y ella le da vueltas y vueltas a esa pregunta. Necesita hacer algo y se sienta en una desvencijada silla de su comedor pensando qué puede hacer para hacerle saber a Aquel Santo que hizo un milagro a distancia, con una sola mirada y que a través de ella descargó años y años de sufrimiento y vergüenza... Necesita hacer algo. Y lo hará. Decidida, como la paloma que guarda sus polluelos, como el águila que remonta su vuelo a las alturas para cuidar de su nidada, como la tórtola que se para en lo alto de la rama para observar su horizonte, como la rosa que se abre al contacto con el rayo tímido del sol de la mañana... Toma una decisión...

Lo busca. Lo sigue a distancia. Nada ni nadie evitará que haga algo para darle gracias al Libertador que sanó todo su pasado. Sale de su casa con un frasco que ha guardado durante años. La herencia de una madre que murió en sus brazos y que fue lo único que le dejó para que viva de su venta.  Pero hoy ha tomado ese frasco de alabastro y lo lleva como su último tesoro para derramarlo como una ofrenda por su pecado perdonado...

Y lo ve entrar en la casa del fariseo. Del hipócrita que no lo atiende como debe ser. Lo ve entrar sumiso y humilde bajo el techo de aquel que se cree superior al mismo Dios. Bajo el dintel de la puerta que se abre pero no al corazón cerrado de orgullo y petulancia. No pide permiso. No pregunta si puede. No busca aprobación de nadie. Para mostrar el amor que brota de un corazón agradecido,  como las olas del mar que estallan en la playa no preguntan nada sino solo se arrastran para humedecer la tierra, así ella se arrastra a los pies del  Bendito... Su ímpetu la lleva al súmmum de la humillación. Sus lágrimas se derraman sobre los pies de Aquel que la amó con una sola mirada. Se inclina sobre ellos y lo llena de besos, besos tristes, castos, impecables como los besos de una madre a un hijo salvado de la muerte, besos como caricias sobre la mejilla de un niño, besos que brotan de un ánfora inagotable de consuelo, como el pecho de una tórtola que cobija a su polluelo... Así ella sintió una beatitud infinita deslizarse por su corazón...

Una irradiación de ventura en todo su ser, y como un sortilegio, sus ojos se derramaron, su espíritu apaciguado y tranquilo entró en un limbo de visiones de ventura y el olvido de su tormentoso pasado inundó aquella habitación donde se encontraron la Virtud y el amor...

Simón protestó. Los discípulos callaron ante aquella majestad de amor hecha vida.  Jesús habló por primera vez... Y levantó de aquella valiente que no aceptó ningún obstáculo a su agradecimiento, un monumento a la grandeza humana. Un monumento a la humildad. Un monumento para la eternidad. Un monumento a la acción de dar gracias...

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