ESCOMBROS

...La noche está ya en su pleno apogeo. No hay estrellas en el cielo. Nubes negras, tan negras como el miedo acechaban el camino destruido de la ciudad amada del triste y desolado caminante... Su cabalgadura tropezaba a cada instante a causa de los escombros del camino. Grandes piedras quemadas y trozos de ellas entorpecían el paso... Su corazón, devastado y angustiado observaba en silencio aquella desolación dolorosa y vergonzosa. Su amada ciudad, aquella en la que había crecido estaba ahora destruida y sus muros caídos...

Escombros era todo lo que quedaba de aquella gloria del pasado. Escombros. Cada piedra le recordaba momentos ya idos y nunca olvidados de su niñez junto a sus amigos y compañeros de barrio... Un lúgubre sonido del viento triste también, llenaba el ambiente... Nehemìas está solo. No quiso que nadie le acompañara a observar el destrozo de aquello que una vez fue hermoso. Lea sus palabras: "Salí de noche por la puerta del Valle hacia la fuente del Dragón y hacia la puerta del Muladar, inspeccionando las murallas de Jerusalén que estaban derribadas y sus puertas que estaban consumidas por el fuego".

Pero en su interior ardía la llama de la fe. La llama que solo los vencedores pueden cobijar. Ese fuego inextinguible que mantiene con vida a los que son llamados a ser victoriosos. Las águilas no se arrastran ni en la agonía. Caen sobre la roca, inmóviles, plegando las alas pudorosas, con la nostalgia inmensa del espacio y sus pupilas no se hacen turbias sino rojas, con un fulgor del sol en el ocaso... Así era el carácter de este valiente que está dispuesto a rehacer su ciudad. A rehacer su vida. No importan los escombros del pasado. No importan las tragedias del divorcio, de la pobreza, de la miseria, del desempleo, del abandono, de la quiebra moral... El genio destruye su fortuna como el cóndor desgarra su nido, como el albatros, sus inmensas alas son remos en el aire y rémoras en el suelo... Nehemìas tiene que volar, tiene que elevarse por encima de esos escombros que le recuerdan el éxodo de su gente.

El sabe que llorar sobre aquella rosa muerta símbolo de su juventud y de su vida no vale para nada en este momento de tristeza y de dolor, porque para la noble ambición desmesurada, lo que no sirve, no vive... Y él esta vivo. Vivo y no quebrado. Quebrantado quizá, pero no quebrado... Y sabe otra cosa: el alma de un hombre se corrompe en la esclavitud como un cadáver en la tumba. Y él no es un cadáver, es un ser vivo y lleno de esperanzas, de libertad y de fe. La sinceridad del alma no se conoce sino en el dolor. Aunque derrame lágrimas de impotencia, sabe que ellas son una redención para su alma...

Y conocemos el resultado... Sus enemigos lo atacan. Las bestias de la oscuridad lo acechan para devorar sus sueños, como el tigre se apresura a la presa, como la hiena que se prepara para recoger despojos y carroña, los enemigos de Nehemìas, Sambalat, Tobías y Gesem quisieron anular el alma guerrera y valerosa de este reconstructor de ruinas. Pero no pudieron. Como Cristo Resucitado, salió vencedor de la tumba del ataque, de la oscuridad y el desprestigio... Reconstruyó los muros caídos. Y como David, guerrero y vencedor, regresó  victorioso recibiendo el aplauso que solo a los invictos les es dado recibir...

Si usted está pasando momentos en los que los escombros de su pasado quieren hacerle creer que ha fracasado, si los escombros de su niñez han vuelto a acusarlo con su infame dedo señalador y doloroso, si las ruinas que quedaron dispersas en aquellos años de lirios rotos, sueños desgarrados, ilusiones truncadas...usted también como Nehemìas, puede volver a reconstruir su corazón... Aunque para eso tenga que volver a utilizar los escombros que entorpecían su presente... Sea usted también un invicto junto con Jesús.


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