EL REGRESO...

Suaves, graves, ¿dos torcaces que anduvieran sobre un suelo húmedo y extraño? ¿Dos palomas que del muro aledaño de algún polvoriento camino emprendieran largo vuelo paralelo bajo el cielo azul turquesa?

Armoniosas, silenciosas, todas llenas de misterio  las dos débiles mujeres desfilaron ante todos... De los lirios de sus manos pendían sus pocas propiedades, y entre sus dedos, como amaestrados por un ritmo, se tomaban ambas mujeres.  Sus labios se movían con una amorosa piedad... musitaban silenciosos ruegos, se diría que las plegarias volaban de sus bocas,  revoloteaban en torno de ellas, como abejas escapadas de un panal, agitando sus alas líricas en el oro del crepúsculo...

La una, anciana, magra, casi incorpórea, con dos ojos fatigados, sin brillo, de un glauco opaco, como el de los hongos casi marchitos, una boca austera, de labios exangües y un aire de consunción  en toda su persona, alta y erecta de un porte distinguido y señorial... la más joven, que lo era mucho, atraía las miradas de todos por su  grandes ojos color de cielo, estriados de largas lineas negras que los oscurecían bajo las pestañas sedosas de un negro bituminoso, tan largas, tan finas, que se dirían de pelusa, y engrandecidas enormemente por unas ojeras profundas, violáceas, que los desmesuraban y daban una sombra extraña sobre el rostro...

Así se veían venir aquellas dos damas tocadas por la tragedia de la viudez... Noemì era el nombre de la anciana que triste y amargada ya no quería ser llamada Placentera... No, llàmenme Mara, porque el Todo Poderoso me ha tocado le rogaba a todos sus conocidos... Ruth era el nombre de la valiente, la guerrera, la que había abandonado todo con tal de cuidar y cobijar bajo su manto de protección a aquella viuda sola y triste, siguièndola a buscar, como Edipo, su destino y su suerte...

Así habían llegado a su pueblo. Belén se llamaba su terruño, tierra en donde la anciana había vestido de blanco el día de su boda con su amado ahora muerto en tierra extraña junto a sus hijos... Belén, Casa de Pan y Alabanza era su significado. Se habían ido porque en la Casa del Pan había faltado el pan. Irónico, ¿no es verdad? Pero así son los designios de Dios. Y cuando falta el pan falta la vida. Cuando no hay pan hay insaciabilidad. No hay gozo. No hay alegría y no hay lugar para la sonrisa. Los gorriones no cantan con hambre. La torcaz no trina cuando hay hambre. Los pichones mueren cuando hay hambre. Y Noemì había salido con su familia por el hambre...

Pero todo ha cambiado. Dios ha vuelto a visitar a su pueblo y Noemì lo escuchó. Volvió con una mezcla de tristeza y alegría. Tristeza por haber perdido su familia. Alegría porque está entre los suyos. Ya no es extranjera en otra tierra. Ha regresado a morir en paz. Entre su pueblo y con su Dios... Y Ruth, la moabita ha decidido estar con ella... En Belén, Casa de Pan y Alabanza...

Y Dios no se hizo esperar. Como solo Èl sabe hacerlo, movió sus piezas para armar el rompecabezas en donde dos mujeres entrecruzaron sus vidas y sus caminos... Tiempo después Ruth da a luz al precursor del Mesías prometido y Noemì, ahora otra vez llamada Placentera, acuna entre sus brazos al niño que llevaba en sus lomos a un rey llamado David quien a su vez, llevaba en sus lomos al Verdadero Rey, a Jesús nuestro Soberano y Señor...

No se vaya de Belén. Espere que vuelva a haber pan y usted también verà nacer la Aurora de un nuevo día... Y tu luz se dejará ver pronto, dijo el profeta...

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