CENIZAS
La tarde está cayendo sobre el hogar de este patriarca que ama a Dios por sobre muchas cosas... Un canto de grillos se escucha a lo lejos mientras él y su esposa se preparan para sentarse a la mesa a disfrutar la cena del día...
Los últimos rayos del sol se ocultan detrás de las montañas que rodean su casa. Todo está en silencio y las miradas de los dos ancianos se entrecruzan como hablàndose en silencio y dejando escapar palabras sin sonido. Porque cuando se ama basta una mirada para decir muchas cosas. Cuando se ama no se necesitan palabras. Estas se dicen en silencio, en el silencio de la mirada... El anciano ha vivido una larga y próspera vida hasta ahora. Su Dios lo ha cuidado sobremanera y para él tomarse de la Mano del Invisible es cosa de todos los días... Disfruta la compañía de Jehová al máximo... ¿Cómo no disfrutar la belleza del cielo si no se lleva el cielo en el alma? Y su alma está pletórica de ese cielo que lo cobija bajo el manto cuajado de estrellas...
Pero ignora que algo está a punto de suceder en su vida que cambiará totalmente su panorama... La tragedia, como una espada de Damocles se cierne sobre él y toda su casa. Los buitres carroñeros vuelan a su alrededor esperando comer sus carnes heridas por el infortunio que está a punto de tocar la puerta de su vida. Satanás ha pedido permiso para probarlo...
Y llegó el momento. El dolor llegó a su vida. El cáncer reclama otra víctima. La pústula en la piel empieza a aparecer. El rictus de la soledad asoma su feo rostro. El Alzheimer amenaza con la locura...
Al día siguiente de las noticias lúgubres que llevaron sus esclavos, Job está como nebulizado por las noticias de que todo lo que tenía ha desaparecido. Su corazón ha entrado en un como estado de coma que no logra discernir lo que ha sucedido. Pero no claudica. No le achaca a su Dios Bondadoso nada de lo que sucede... Debe haber alguna razón para que el Enemigo de Dios le haya puesto en esa situación... Se levanta con la mirada perdida en el horizonte en donde humean todavía los establos y edificios que cayeron en llamas la noche anterior acabando con sus hijos y sus ganados... Pero no han acabado con su fe. Leamos sus palabras: "...Entonces Job se levantó, rasgó su manto, se rasuró la cabeza, y postrándose en tierra, adoró, y dijo:Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré allá. El SEÑOR dio y el SEÑOR quitó; bendito sea el nombre del SEÑOR..."
Sentado entre cenizas, sufriendo las llagas de su tragedia, solo, sin hijos y ahora también sin esposa, este gigante de la fe está como un espectáculo digno de un vencedor que no se dobla, como las águilas elevando sus ojos al Sol... Está sentado sobre las cenizas de su vida, como una alfombra de hojas muertas como las alas de mariposas despedazadas por el viento... La mañana fría, de un frío intenso, hacía tétrico aquel jardín abandonado. Arboles deshojados, cipreses lúgubres, arbustos endebles, rosales muertos bajo el rigor del dolor y el otoño prematuro. Ni una flor, ni un matiz de vida, ni un rumor de fuente, ni el canto de un pájaro en la fronda hace escuchar su trino...
Job está solo. No, no está solo. Le acompaña su dolor, el sufrimiento exaspera la voluptuosidad, la caricia hace sufrir a veces, como una garra que se entierra en las carnes del invicto. Eleva sus ojos lacrimosos al cielo en espera de una explicación. Su alma silente espera y canta, canta su agonía, porque el alma es una lira y en horas de pesares, sus cuerdas vibran solas...
No sé por qué, pero en nuestras vidas habrán cenizas que cubrirán a veces nuestro corazón llevàndonos a quedar en silencio, en un silencio en donde no hay Voz más amorosa que la del Padre dicièndonos lo de siempre: "Estaré contigo todos los días, hasta el fin del mundo..." Job lo sabía. Por eso no renegó en nada. Solo cantó la canción del dolor y esperò... ¿Y usted?
Los últimos rayos del sol se ocultan detrás de las montañas que rodean su casa. Todo está en silencio y las miradas de los dos ancianos se entrecruzan como hablàndose en silencio y dejando escapar palabras sin sonido. Porque cuando se ama basta una mirada para decir muchas cosas. Cuando se ama no se necesitan palabras. Estas se dicen en silencio, en el silencio de la mirada... El anciano ha vivido una larga y próspera vida hasta ahora. Su Dios lo ha cuidado sobremanera y para él tomarse de la Mano del Invisible es cosa de todos los días... Disfruta la compañía de Jehová al máximo... ¿Cómo no disfrutar la belleza del cielo si no se lleva el cielo en el alma? Y su alma está pletórica de ese cielo que lo cobija bajo el manto cuajado de estrellas...
Pero ignora que algo está a punto de suceder en su vida que cambiará totalmente su panorama... La tragedia, como una espada de Damocles se cierne sobre él y toda su casa. Los buitres carroñeros vuelan a su alrededor esperando comer sus carnes heridas por el infortunio que está a punto de tocar la puerta de su vida. Satanás ha pedido permiso para probarlo...
Y llegó el momento. El dolor llegó a su vida. El cáncer reclama otra víctima. La pústula en la piel empieza a aparecer. El rictus de la soledad asoma su feo rostro. El Alzheimer amenaza con la locura...
Al día siguiente de las noticias lúgubres que llevaron sus esclavos, Job está como nebulizado por las noticias de que todo lo que tenía ha desaparecido. Su corazón ha entrado en un como estado de coma que no logra discernir lo que ha sucedido. Pero no claudica. No le achaca a su Dios Bondadoso nada de lo que sucede... Debe haber alguna razón para que el Enemigo de Dios le haya puesto en esa situación... Se levanta con la mirada perdida en el horizonte en donde humean todavía los establos y edificios que cayeron en llamas la noche anterior acabando con sus hijos y sus ganados... Pero no han acabado con su fe. Leamos sus palabras: "...Entonces Job se levantó, rasgó su manto, se rasuró la cabeza, y postrándose en tierra, adoró, y dijo:Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré allá. El SEÑOR dio y el SEÑOR quitó; bendito sea el nombre del SEÑOR..."
Sentado entre cenizas, sufriendo las llagas de su tragedia, solo, sin hijos y ahora también sin esposa, este gigante de la fe está como un espectáculo digno de un vencedor que no se dobla, como las águilas elevando sus ojos al Sol... Está sentado sobre las cenizas de su vida, como una alfombra de hojas muertas como las alas de mariposas despedazadas por el viento... La mañana fría, de un frío intenso, hacía tétrico aquel jardín abandonado. Arboles deshojados, cipreses lúgubres, arbustos endebles, rosales muertos bajo el rigor del dolor y el otoño prematuro. Ni una flor, ni un matiz de vida, ni un rumor de fuente, ni el canto de un pájaro en la fronda hace escuchar su trino...
Job está solo. No, no está solo. Le acompaña su dolor, el sufrimiento exaspera la voluptuosidad, la caricia hace sufrir a veces, como una garra que se entierra en las carnes del invicto. Eleva sus ojos lacrimosos al cielo en espera de una explicación. Su alma silente espera y canta, canta su agonía, porque el alma es una lira y en horas de pesares, sus cuerdas vibran solas...
No sé por qué, pero en nuestras vidas habrán cenizas que cubrirán a veces nuestro corazón llevàndonos a quedar en silencio, en un silencio en donde no hay Voz más amorosa que la del Padre dicièndonos lo de siempre: "Estaré contigo todos los días, hasta el fin del mundo..." Job lo sabía. Por eso no renegó en nada. Solo cantó la canción del dolor y esperò... ¿Y usted?
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