EL SEMBRADOR...
Ser sembrador es la cosa más maravillosa que puede hacer el hombre. Y no hablo de los sembradores de maíz u hortalizas... Hablo más bien de aquellos que siembran en vidas humanas. En corazones de personas. En almas necesitadas de una buena semilla...
Semillas de amor. Semillas de calor y amistad. Semillas financieras. Semillas de pan. No solo para el estómago sino también para su alma...
Cuando nos consideramos realmente algún tipo de tierra, podemos pedirle al Señor que siembre en nuestro corazòn semillas de bondad. O que nos indique què clase de semillas ha sembrado en nuestro interior.
Nos parecemos más a una hacienda o un campo porque Dios está plantando constantemente su palabra, sus pensamientos y sus deseos. Así como en algunos está regando su sembradío en otros está plantando sus semillas para que germinen y den fruto. En otras ocasiones estará cosechando los frutos que le pertenecen al ser èl quien ha sembrado allí...
Es bueno que hagamos una reflexiòn y ver en nuestro interior què se ha sembrado de parte, no solo de Dios sino también de otras personas que han estado a nuestro alrededor. Personas que sembraron su cariño y amor en nuestra tierra... ¿què fruto hemos dado a esa siembra? Debo decir pragmáticamente que hay malas tierras. No rinden ni siquiera al treinta por ciento que es lo mínimo según la parábola del sembrador, pero ellos son la excepción y no la regla... Pero depende de nosotros. Debemos desear ardientemente, como dice Pablo, dar los frutos dignos de los que somos salvos. Es decir, porque soy salvo por la Gracia del Señor, mi deber es devolver en frutos lo que se ha sembrado.
El sembrador por excelencia es Cristo. Y èl ha sembrado su Palabra. ¿Què estoy devolviendo a cambio? ¿A quienes estoy dando los frutos que èl requiere de mi tierra? Así como Dios ha usado a otros para que siembren en mi vida sus semillas preciosas, así debo devolver, como la buena tierra, los frutos que rinda esa siembra para bendecir a otros...
En nuestro jardín hay dos árboles de aguacates. Tenemos frutos en abundancia y los disfrutamos. Hay tantos que nos vemos en la necesidad de compartirlos con otras personas. Pero el punto que quiero señalar no es ese. La pregunta que me surge cuando veo los árboles lleno de aguacates es: ¿ Quién los sembrò allí No quedó su nombre grabado en ninguno de los árboles No quedó una placa indicando el vecino que los sembrò. No quedó un memorando para recordar su nombre. Es alguien anodino. Desconocido. No sabemos quién los sembrò, pero hoy nosotros los estamos disfrutando...
¿Y què de aquellos que sì sabemos sus nombres? ¿Les estamos dando parte de nuestros frutos? ¿Les estamos dando a probar nuestros frutos para que vean que su siembra no fue estéril?
Jesùs es Uno de ellos. Y èl espera que cada dìa le demos gracias y que pruebe los frutos de nuestros cambios internos...
Semillas de amor. Semillas de calor y amistad. Semillas financieras. Semillas de pan. No solo para el estómago sino también para su alma...
Cuando nos consideramos realmente algún tipo de tierra, podemos pedirle al Señor que siembre en nuestro corazòn semillas de bondad. O que nos indique què clase de semillas ha sembrado en nuestro interior.
Nos parecemos más a una hacienda o un campo porque Dios está plantando constantemente su palabra, sus pensamientos y sus deseos. Así como en algunos está regando su sembradío en otros está plantando sus semillas para que germinen y den fruto. En otras ocasiones estará cosechando los frutos que le pertenecen al ser èl quien ha sembrado allí...
Es bueno que hagamos una reflexiòn y ver en nuestro interior què se ha sembrado de parte, no solo de Dios sino también de otras personas que han estado a nuestro alrededor. Personas que sembraron su cariño y amor en nuestra tierra... ¿què fruto hemos dado a esa siembra? Debo decir pragmáticamente que hay malas tierras. No rinden ni siquiera al treinta por ciento que es lo mínimo según la parábola del sembrador, pero ellos son la excepción y no la regla... Pero depende de nosotros. Debemos desear ardientemente, como dice Pablo, dar los frutos dignos de los que somos salvos. Es decir, porque soy salvo por la Gracia del Señor, mi deber es devolver en frutos lo que se ha sembrado.
El sembrador por excelencia es Cristo. Y èl ha sembrado su Palabra. ¿Què estoy devolviendo a cambio? ¿A quienes estoy dando los frutos que èl requiere de mi tierra? Así como Dios ha usado a otros para que siembren en mi vida sus semillas preciosas, así debo devolver, como la buena tierra, los frutos que rinda esa siembra para bendecir a otros...
En nuestro jardín hay dos árboles de aguacates. Tenemos frutos en abundancia y los disfrutamos. Hay tantos que nos vemos en la necesidad de compartirlos con otras personas. Pero el punto que quiero señalar no es ese. La pregunta que me surge cuando veo los árboles lleno de aguacates es: ¿ Quién los sembrò allí No quedó su nombre grabado en ninguno de los árboles No quedó una placa indicando el vecino que los sembrò. No quedó un memorando para recordar su nombre. Es alguien anodino. Desconocido. No sabemos quién los sembrò, pero hoy nosotros los estamos disfrutando...
¿Y què de aquellos que sì sabemos sus nombres? ¿Les estamos dando parte de nuestros frutos? ¿Les estamos dando a probar nuestros frutos para que vean que su siembra no fue estéril?
Jesùs es Uno de ellos. Y èl espera que cada dìa le demos gracias y que pruebe los frutos de nuestros cambios internos...
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