AUTOEXAMEN...

La Iglesia de Cristo se iniciò con un grupo de hombres asustados y acobardados en una habitación ubicada en un segundo piso en una casa de Jerusalén...

Aunque eran hombres entrenados y enseñados por Jesùs, ellos no sabían què decir.  Aunque habían andado con èl durante tres años, ahora estaban sentados, asustados... Eran soldados tímidos  guerreros sin espada, reacios, mensajeros mudos, niños miedosos...

Su conducta más valiente fue levantarse y cerrar la puerta con llave...

Algunos miraban por la ventana, otros miraban a la pared.  Otros miraban al piso... pero todos miraban retrospectivamente.

Se estaban autoexaminando. Estaban buscando dentro de ellos mismos què había pasado con ellos. Todos sin hablar con nadie, solo hacièndose preguntas íntimas y personales... aunque todos sabían las respuestas de todos...

Y estaba bien que lo hicieran, ya que era una hora para eso. Para autoexaminarse. A todos nos llega ese momento. Todos sus esfuerzos parecían inútiles. Lo que molestaba a sus recuerdos eran las promesas que hicieron pero no cumplieron.  Cuando los saldados romanos se llevaron a Jesùs, sus discípulos salieron disparados. Con el vino y el pan de la Cena con Jesùs aún en sus bocas, se dieron a la fuga...

¿Què pasò con sus bravuconadas? ¿Y todas esas declaraciones de devoción  ¿Y sus promesas de que morirían con èl? ¿Què se hicieron?

Están rotas, hechas trizas en la puerta del huerto de Getsemanì...

No sabemos a dónde se fueron los discípulos cuando huyeron del huerto, pero sì sabemos què se llevaron: un recuerdo. Amargo. Asfixiante. Un recuerdo doloroso de un hombre que se hacía llamar nada menos que Dios en la carne.  Y no se lo podían quitar de sus cabezas.  A pesar de tratar de perderlo entre la muchedumbre, no podían olvidarse de èl. Si veían un leproso, se acordaban de su compasión  Si escuchaban una tormenta  se acordaban del dìa en que hizo callar una. Si veían un niño, pensaban en el dìa en que sostuvo a uno. Y se veían a un cordero que se lo estaban llevando al templo, recordaban su rostro derramando sangre y sus ojos rebosando amor...

No. No podían olvidarlo.  Por lo tanto, regresaron. Y, en consecuencia, la iglesia de nuestro Señor empezó con un grupo de hombres asustados en un aposento alto...

Las cosas no han cambiado mucho en dos mil años, ¿verdad? ¿ Cuántos cristianos se encuentran hoy paralizados en el aposento alto? ¿ Cuántos cristianos están escondidos bajo llave huyendo de sus problemas? ¿Escondièndose del recuerdo de sus promesas de fidelidad? ¿ Cuántos hombres no pueden ver a los ojos a su esposa a quien están engañando con otra? ¿ Cuántas hijas no pueden ver a los ojos a su madre porque están pecando con el novio? ¿ Cuántas personas no pueden saludar al pastor porque lo han criticado en sus reuniones familiares? ¿ Cuántos no podemos ir al altar a buscar a Jesùs porque le hemos fallado una y otra vez...? Sin embargo... somos Su Iglesia... Autoexamen... Nos urge hacerlo...

¡Maravilloso! ¿verdad?

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