ADOPTADOS...
Los hijos adoptados son hijos escogidos.
Quizá usted supo de "El Tren de los huérfanos". Después de la segunda guerra mundial quedaron muchos niños huérfanos a causa del conflicto. En un tren pusieron a muchos niños que quedaron huérfanos y los llevaron por muchos países de Europa para buscarles hogares sustitutos. En cada estación los exhibían al público para que escogieran al que querían adoptar... Algunos eran escogidos de acuerdo a su contextura, color, estado físico y hasta el color de los ojos... La mayoría eran desechados. Hasta la próxima parada.
Ese no es el caso de los hijos biológicos. Cuando el médico puso en los brazos de mi mamá al niño que acababa de dar a luz que fui yo, ella no tuvo opción de aceptarme o rechazarme. No tenía la opción de darse la vuelta y abandonarme. Ninguna escapatoria. Ninguna alternativa. No podía devolverme al hospital y pedir otro hijo más guapo o más inteligente. El hospital hizo que me llevaran a casa...
Pero si yo hubiera sido adoptado otro gallo cantaría. Nunca escuché de una adopción inesperada. Suceden embarazos inesperados pero no una adopción inesperada. Las adopciones se estudian, se analizan. Se selecciona el género, ascendencia y color... Y usted podrá decir: ¡Ah!, pero si hubieran visto el resto de mi vida, mi origen, mi futuro y mi conducta más adelante seguro no se arriesgarían a adoptarme. Sería objeto de rechazo.
Ese es mi punto...
Dios vio nuestras vidas de principio a fin. Desde el parto hasta la tumba. Y, a pesar de todo, nos adoptó "hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad" (Efe. 1:5). Ahora podemos vivir como hijos que hemos recibido el espíritu de adopción. Y si somos hijos, también herederos de Dios y coherederos con Cristo... La verdad es que con Dios todo esto es sencillo. No hay trámites engorrosos ni investigaciones por un sicólogo para ver si vamos a ser bien atendidos, si vamos a tener un techo digno y una vida placentera.
Nuestra identidad no está en posesiones, talentos, tatuajes, laureles o logros. No la define el divorcio, nuestras deficiencias, deudas o decisiones absurdas. Somos hijos de Dios. Adoptados por su Amor. Lo llamamos "papà" y Él nos llama "hijos"...
Adoptados. Eso somos. El amor de Dios nos descubrió en el tren de los huérfanos que recorría las vías de la vida y nos encontró estacionados en el andén del dolor, la soledad, el desenfreno, la viudez, el divorcio, el alcoholismo, la amargura, el rencor y muchas cosas más... Nos vio, nos amó y nos adoptó para que tuviéramos un Padre a quien llamarle papá...
¿No le parece maravilloso?
Quizá usted supo de "El Tren de los huérfanos". Después de la segunda guerra mundial quedaron muchos niños huérfanos a causa del conflicto. En un tren pusieron a muchos niños que quedaron huérfanos y los llevaron por muchos países de Europa para buscarles hogares sustitutos. En cada estación los exhibían al público para que escogieran al que querían adoptar... Algunos eran escogidos de acuerdo a su contextura, color, estado físico y hasta el color de los ojos... La mayoría eran desechados. Hasta la próxima parada.
Ese no es el caso de los hijos biológicos. Cuando el médico puso en los brazos de mi mamá al niño que acababa de dar a luz que fui yo, ella no tuvo opción de aceptarme o rechazarme. No tenía la opción de darse la vuelta y abandonarme. Ninguna escapatoria. Ninguna alternativa. No podía devolverme al hospital y pedir otro hijo más guapo o más inteligente. El hospital hizo que me llevaran a casa...
Pero si yo hubiera sido adoptado otro gallo cantaría. Nunca escuché de una adopción inesperada. Suceden embarazos inesperados pero no una adopción inesperada. Las adopciones se estudian, se analizan. Se selecciona el género, ascendencia y color... Y usted podrá decir: ¡Ah!, pero si hubieran visto el resto de mi vida, mi origen, mi futuro y mi conducta más adelante seguro no se arriesgarían a adoptarme. Sería objeto de rechazo.
Ese es mi punto...
Dios vio nuestras vidas de principio a fin. Desde el parto hasta la tumba. Y, a pesar de todo, nos adoptó "hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad" (Efe. 1:5). Ahora podemos vivir como hijos que hemos recibido el espíritu de adopción. Y si somos hijos, también herederos de Dios y coherederos con Cristo... La verdad es que con Dios todo esto es sencillo. No hay trámites engorrosos ni investigaciones por un sicólogo para ver si vamos a ser bien atendidos, si vamos a tener un techo digno y una vida placentera.
Nuestra identidad no está en posesiones, talentos, tatuajes, laureles o logros. No la define el divorcio, nuestras deficiencias, deudas o decisiones absurdas. Somos hijos de Dios. Adoptados por su Amor. Lo llamamos "papà" y Él nos llama "hijos"...
Adoptados. Eso somos. El amor de Dios nos descubrió en el tren de los huérfanos que recorría las vías de la vida y nos encontró estacionados en el andén del dolor, la soledad, el desenfreno, la viudez, el divorcio, el alcoholismo, la amargura, el rencor y muchas cosas más... Nos vio, nos amó y nos adoptó para que tuviéramos un Padre a quien llamarle papá...
¿No le parece maravilloso?
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