EL RENCOR...
Hebreos 12:15
Hace años, cuando prestaba servicio militar en Guatemala, conocí a un soldado que tenía dos armas.
Una de reglamento y otra de su propiedad... Le pregunté por qué tenía una pistola de su propiedad al mismo tiempo que usaba la de reglamento. Su respuesta me dejó frío. Años después sigo recordando su respuesta: "La de reglamento es para eso. La uso mientras estoy de servicio. La mía es para cargarla todo el tiempo hasta que encuentre al que mató a mi hijo y yo haga lo mismo con él..."
Este compañero construyó una prisión de odio. Cada ladrillo una herida, un recuerdo. Diseñó una celda y una sola litera pués no había más compañeros de cuarto. Guardó la llave en su corazón. Estaba solo. Sin amigos, esperando ver en cada rostro al asesino de su hijo para descargar las seis balas de su arma sobre su cuerpo... Este compañero colgó de sus paredes privadas una pantalla plasma de veintiuna pulgadas para que la imagen del causante de su dolor se repitiera cuantas veces fuera necesario. Su consuelo era ver ese rostro veinticuatro horas al día. ¿Conmovedor? No. Aterrador.
Los rencores albergados absorben la alegría de vivir. El rencor roba. Enferma. Desnutre nuestro ser. Nos deja agotados y gastados para amar. Vengarse no volverá a pintar de azul el cielo ni restaurará la primavera que debemos disfrutar. No. El rencor, la venganza te dejará más amargado, encorvado y enojado. El amor, en cambio, nos da vida... y vida abundante. Donde el amor abunda, crece el perdón. Cuando perdonamos no estamos aprobando la conducta equivocada del otro. Vemos nuestra herida y la sentimos, pero decidimos perdonar y evitamos que el dolor nos envenene el corazón.
Eso fue lo que hizo Jesús. Nos dio el ejemplo. Nos perdonó todos, todos nuestros pecados. Nos lavó el alma, el corazón y la vida. Y ahora, a punto de terminar otro año nos dice lo mismo... "Ahora anda tú y perdona. Así como yo te perdoné y limpié las partes más sucias de tu vida: deshonestidad, adulterio, arrebatos de ira, hipocresía, pornografía y otras cosas más, anda y abre la celda que construíste, busca a tu agresor, busca a tu ex, al hijo que te abandonó, al esposo que te traicionó, al jefe que te abusó y mintió, al pastor que te cortejó, al insolente que te insultó y dile lo que yo te dije a tí: Vete... no hay nada que recordar..." ¿ Difícil? Sí, pero no imposible...
Hace años, cuando prestaba servicio militar en Guatemala, conocí a un soldado que tenía dos armas.
Una de reglamento y otra de su propiedad... Le pregunté por qué tenía una pistola de su propiedad al mismo tiempo que usaba la de reglamento. Su respuesta me dejó frío. Años después sigo recordando su respuesta: "La de reglamento es para eso. La uso mientras estoy de servicio. La mía es para cargarla todo el tiempo hasta que encuentre al que mató a mi hijo y yo haga lo mismo con él..."
Este compañero construyó una prisión de odio. Cada ladrillo una herida, un recuerdo. Diseñó una celda y una sola litera pués no había más compañeros de cuarto. Guardó la llave en su corazón. Estaba solo. Sin amigos, esperando ver en cada rostro al asesino de su hijo para descargar las seis balas de su arma sobre su cuerpo... Este compañero colgó de sus paredes privadas una pantalla plasma de veintiuna pulgadas para que la imagen del causante de su dolor se repitiera cuantas veces fuera necesario. Su consuelo era ver ese rostro veinticuatro horas al día. ¿Conmovedor? No. Aterrador.
Los rencores albergados absorben la alegría de vivir. El rencor roba. Enferma. Desnutre nuestro ser. Nos deja agotados y gastados para amar. Vengarse no volverá a pintar de azul el cielo ni restaurará la primavera que debemos disfrutar. No. El rencor, la venganza te dejará más amargado, encorvado y enojado. El amor, en cambio, nos da vida... y vida abundante. Donde el amor abunda, crece el perdón. Cuando perdonamos no estamos aprobando la conducta equivocada del otro. Vemos nuestra herida y la sentimos, pero decidimos perdonar y evitamos que el dolor nos envenene el corazón.
Eso fue lo que hizo Jesús. Nos dio el ejemplo. Nos perdonó todos, todos nuestros pecados. Nos lavó el alma, el corazón y la vida. Y ahora, a punto de terminar otro año nos dice lo mismo... "Ahora anda tú y perdona. Así como yo te perdoné y limpié las partes más sucias de tu vida: deshonestidad, adulterio, arrebatos de ira, hipocresía, pornografía y otras cosas más, anda y abre la celda que construíste, busca a tu agresor, busca a tu ex, al hijo que te abandonó, al esposo que te traicionó, al jefe que te abusó y mintió, al pastor que te cortejó, al insolente que te insultó y dile lo que yo te dije a tí: Vete... no hay nada que recordar..." ¿ Difícil? Sí, pero no imposible...
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