¿CUANTO CUESTA TU HORA...?

Un padre muy adinerado.
Trabaja duro los siete días de la semana para mantener a su familia con todo lo que puedan necesitar.
No quiere que les falte nada.
Está seguro que está haciendo lo correcto. Su prioridad es su familia.

Un día su único hijo le pregunta: "Papá, ¿cuánto cuesta una hora de tu tiempo? Y el padre, emocionado porque su niño ya se interesa por el salario laboral, le responde: "Doscientos dólares, hijo". Y el niño le dice: "He ahorrado durante el año todos mis regalos y logré guardar mil dólares. ¿me venderías cinco horas de tu tiempo...?"
En ese momento el padre cae en la cuenta del terrible error que ha estado cometiendo.
Su prioridad no ha sido su familia. Ni su bienestar. Estaba equivocado...

La historia es ficticia por un lado... Pero la misma puede estar sucediendo en muchos de nosotros. Pongámosla en nuestro contexto. Si fuera Dios, el Señor quien nos preguntara lo mismo... ¿Cuánto cuesta una hora de tu tiempo, Carlitos?

Porque si Alguien quiere pasar tiempo con nosotros es Él. ¿Acaso no fue eso lo que lo motivó a dejar su Trono de Gloria para venir a esta tierra y enlodarse los pies, soportar hambre, frío, calor y sed? ¿Acaso no fue su interés en entablar amistad con nosotros lo que lo motivó a dejarse escupir por sus enemigos? ¿A cargar un madero sin ninguna culpa más que amarnos y desear pasar tiempo a nuestro lado?

¿Qué buscaba Dios en el Edén cuando descendía a buscar a Adán? ¿Probar los frutos del Jardín o platicar con su amado hijo? ¿No es eso lo que sigue esperando Él cada madrugada? ¿No es eso lo que sigue esperando Él cada fin de semana para hablarnos a través de Su Palabra?  Pero, como Adán, nos seguimos escondiendo entre los árboles. Nos escondemos de Su Presencia.  Dios podría hablar con sus ángeles. Le sobran. Podría hablar con sus estrellas. Hay suficientes. Podría platicar con las constelaciones. Son infinitas... Pero Él busca a sus hijos... Nos busca a nosotros. A usted...

Pero, como el hombre de la historia, creemos que estamos cumpliendo con nuestro deber de cuidar a nuestra familia y no le dedicamos ni una hora de nuestro carísimo tiempo a nuestro Creador y Dador de la vida...

Eso fue lo que sucedió en otro jardín. ¿No pudieron velar una hora por Mi...?

Sin embargo, Él sigue esperando. Esperando que cada mañana, cada día o cada noche nos sentemos en silencio, nos apartemos de todo y de todos para entablar una íntima conversación con Su Majestad... Que dejemos de ganar dinero por una hora para dedicársela a Él. O ganar amistades. O prestigio. O fama. O liderazgo. O reconocimientos. O medallas...

Si Jesús nos preguntara la pregunta que motiva mi escrito... ¿qué le responderíamos?

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