NUESTROS BECERROS...

El pueblo de Israel está a los piés del Monte Sinaí...
Han visto hasta ahora, una serie de milagros a cuales más portentosos...
El mar Rojo abierto para que pasaran en seco...
Los egipcios ahogados por ese mismo mar para que los dejaran salir...
El agua de Mara endulzada por un tronco...

Milagro tras milagro. Favor tras favor. Protección. Cuidado amoroso de parte del Padre Dios. Comida. Agua. Sombra y luz...

Amor en una palabra...

Y ahora están a los piés del Monte Sinaí donde Moisés sube a traer las Tablas de los Mandamientos. Se reunirá con ese Dios que hasta ahora los ha protegido de sus enemigos y los ha alimentado de su propia Mano. Sube Moisés y se tarda más de lo que el pueblo esperaba. Se tarda cuarenta días... Y ellos se desesperan. Nunca se había  separado de ellos por tanto tiempo. Cuando Moisés oraba por ellos,  Dios les respondía rápidamente. Se acostumbraron a lo rápido, a lo desechable, a lo inmediato. Y ahora que Moisés no baja, ellos toman una decisión: Desechan al Dios que los había traído hasta aquí y se hacen otro dios. Le dan la forma que ellos conocieron en Egipto: El toro Apis. El símbolo del poder y la fuerza. La figura central en Egipto de  la defensa de sus fronteras, el proveedor de la fuerza por excelencia. El dios del poder...

Mientras tanto, arriba, entre Dios y Moisés hay fiesta. Una fiesta de bombos y platillos. Dios está contento de darle a su siervo sus Mandamientos, por eso hace fiesta. Dice la Biblia que el monte humeaba, que había truenos y rayos... Era la fiesta de Dios con su amigo Moisés. "En estas Tablas están los mandamientos, decretos y estatutos para que mi pueblo los cumpla y se proteja con ellos..." era el deseo de Dios. Dios está feliz de darle a su pueblo lo que lo va a bendecir...

¿El primer mandamiento? Jehová tu Dios, es Uno, no hay otro dios...
¿El segundo mandamiento? No te harás otro dios en la tierra...

Pero ellos lo hicieron. Se hicieron el becerro para que los protegiera, para que los defendiera, para que los guiara, para que los sanara, para que los alimentara.

¡Qué dolor para el Dios Magnífico y Grandioso que en ese mismo momento estaba celebrando su fiesta privada con su amigo Moisés!

Somos como ellos: Dios nos ha sanado de esa terrible enfermedad. Y decimos: ¡Milagro! Nunca más seré imprudente con mi salud.
El bebé nació sin ningún problema y con todas sus facultades intactas. Decimos: ¡Milagro! Gracias a Dios el niño y su madre están bien...
Se cancela la deuda que nos agobiaba, y exclamamos: ¡Milagro!, Dios me sacó del problema. Nunca más me volveré a endeudar...

¿Por cuanto tiempo? ¿Por cuarenta días de tardanza? ¿Mientras no baja la respuesta? ¿Mientras no nos desesperemos?

Pero no es así. Allí nomás, a la vuelta de la esquina, después de haber sido testigos del Poder de nuestro Dios, olvidamos sus Misericordias y nos hacemos nuestro becerro para adorarlo y convertirlo en nuestro dios...

El domingo adoramos al Dios del Cielo, el que nos provee y bendice... pero del lunes al sábado adoramos al dios trabajo, al dios egoísmo, al dios cigarrillo, al dios licor, al dios sexo, al dios adulterio, al dios violencia familiar...

Levantamos becerros...

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