LA PARED...
Tarde o temprano, cada corredor de larga distancia se encuentra con la pared. No importa que tan bien entrenado esté el atleta, se encontrará con ella un día... y la encontrará de frente.
La pared es el término para el momento invisible cerca de la marca de los treinta kilómetros de un maratón, cuando el cuerpo está agobiado por la fatiga y una aparentemente infranqueable barrera fisiológica detiene al corredor en la pista de carrera.
El maratón es una carrera de cuarenta y un kilómetros. Cuando el corredor se queda sin energías, el cuerpo hace un cambio y comienza a conectarse con las reservas de grasa como fuente de energía.
Mientras los experimentados corredores de larga distancia pueden sentirse, momentáneamente, sin energía, los corredores sin experiencia sufrirán problemas físicos, entre ellos, calambres musculares y deshidratación.
Se encontraron con la pared. Esa cosa invisible que hace que muchos abandonen la carrera a pocos kilómetros de la meta.
Lo mismo aplica para nosotros los que creemos en Jesús. Tarde o temprano, en nuestra carrera espiritual nos encontraremos con la pared. Lo que no sé es en qué kilómetro de nuestra carrera sucederá. Pero no lo neguemos. La encontraremos. Y si no nos preparamos todo será catastrófico. Nos puede dejar rendidos y fracasados a pocos metros de nuestra victoria...
Es allí donde muchos abandonan. Se rinden. Se vuelven a su vieja vida. Rezongan y le echan la culpa a todo y a todos. Se enojan con Dios. Rechazan la ayuda de la Palabra. Van a la Iglesia pero están tan fundidos y sin energías que ya no asimilan la enseñanza, pierden la fe, pierden los sueños, pierden la carrera... Aunque no la salvación, gloria al Señor...
Una vez que el corredor de maratón atravesó la pared, lo peor ya pasó, y si no aparecen otros efectos adversos, como ampollas o calambres, la línea de meta es inevitable. Logra llegar. Y, claro, recibirá su recompensa. Si no la medalla de oro, por lo menos la satisfacción, como Pablo, de poder decir... "Llegué".
¿No le parece que debemos prepararnos lo suficiente para cuando nos encontremos con la pared en nuestro camino? Así no nos dejará tirados en el camino de los viejos recuerdos de cuando cantábamos con gozo, cuando orábamos con fe, cuando adorábamos con el alma, cuando sonreíamos porque todo iba bien... Cuando estábamos reunidos con la familia a la hora de los alimentos... cuando disfrutábamos la piscina con los nietos...
La pared nos llegará a todos. Ese no es el asunto... El asunto es cómo nos encontraremos espiritualmente cuando esa situación trate de detenernos...
En mi caso, encontré la pared hace un par de años. Mi hijo y nietas se fueron a Guatemala. Nos dejaron solo a mí con mi esposa. Ya no más almuerzos familiares. Ya no más viajes a Apaneca. Ya no más sonrisas infantiles. Ya no más comprar zapatos de color rosado...
Pero sabíamos de antemano que un día iba a suceder. Y nos tomamos de la Mano del Invisible. Del Todopoderoso Dios quien nunca nos deja ni nos dejará solos. La pared no nos detuvo de continuar nuestra carrera... y aquí vamos, rumbo a la meta de llegada...
La pared es el término para el momento invisible cerca de la marca de los treinta kilómetros de un maratón, cuando el cuerpo está agobiado por la fatiga y una aparentemente infranqueable barrera fisiológica detiene al corredor en la pista de carrera.
El maratón es una carrera de cuarenta y un kilómetros. Cuando el corredor se queda sin energías, el cuerpo hace un cambio y comienza a conectarse con las reservas de grasa como fuente de energía.
Mientras los experimentados corredores de larga distancia pueden sentirse, momentáneamente, sin energía, los corredores sin experiencia sufrirán problemas físicos, entre ellos, calambres musculares y deshidratación.
Se encontraron con la pared. Esa cosa invisible que hace que muchos abandonen la carrera a pocos kilómetros de la meta.
Lo mismo aplica para nosotros los que creemos en Jesús. Tarde o temprano, en nuestra carrera espiritual nos encontraremos con la pared. Lo que no sé es en qué kilómetro de nuestra carrera sucederá. Pero no lo neguemos. La encontraremos. Y si no nos preparamos todo será catastrófico. Nos puede dejar rendidos y fracasados a pocos metros de nuestra victoria...
Es allí donde muchos abandonan. Se rinden. Se vuelven a su vieja vida. Rezongan y le echan la culpa a todo y a todos. Se enojan con Dios. Rechazan la ayuda de la Palabra. Van a la Iglesia pero están tan fundidos y sin energías que ya no asimilan la enseñanza, pierden la fe, pierden los sueños, pierden la carrera... Aunque no la salvación, gloria al Señor...
Una vez que el corredor de maratón atravesó la pared, lo peor ya pasó, y si no aparecen otros efectos adversos, como ampollas o calambres, la línea de meta es inevitable. Logra llegar. Y, claro, recibirá su recompensa. Si no la medalla de oro, por lo menos la satisfacción, como Pablo, de poder decir... "Llegué".
¿No le parece que debemos prepararnos lo suficiente para cuando nos encontremos con la pared en nuestro camino? Así no nos dejará tirados en el camino de los viejos recuerdos de cuando cantábamos con gozo, cuando orábamos con fe, cuando adorábamos con el alma, cuando sonreíamos porque todo iba bien... Cuando estábamos reunidos con la familia a la hora de los alimentos... cuando disfrutábamos la piscina con los nietos...
La pared nos llegará a todos. Ese no es el asunto... El asunto es cómo nos encontraremos espiritualmente cuando esa situación trate de detenernos...
En mi caso, encontré la pared hace un par de años. Mi hijo y nietas se fueron a Guatemala. Nos dejaron solo a mí con mi esposa. Ya no más almuerzos familiares. Ya no más viajes a Apaneca. Ya no más sonrisas infantiles. Ya no más comprar zapatos de color rosado...
Pero sabíamos de antemano que un día iba a suceder. Y nos tomamos de la Mano del Invisible. Del Todopoderoso Dios quien nunca nos deja ni nos dejará solos. La pared no nos detuvo de continuar nuestra carrera... y aquí vamos, rumbo a la meta de llegada...
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