EL PATO...
Quien no me conozca, creerá que escribo sobre la naturaleza animal.
Pero quien me lee constantemente sabe que escribo sobre la naturaleza humana...
¿Ha visto usted a los patos cuando flotan sobre el agua? Se ven tranquilos por fuera. Mantienen la cabeza erguida, no mueven el cuerpo, mantienen una imagen de calma que impresiona a cualquiera que los observa en su estanque... Se ven tan gallardos, tan flemáticos y tranquilos...
Pero muchos que estamos fuera del estanque no nos damos cuenta que debajo de la superficie hay movimiento...
Están chapoteando con sus patas debajo del agua. De otra manera no podrían flotar ni mantener esa imagen imperturbable...
Esa imagen que hace creer que no hay problemas. Que el matrimonio marcha bien. Que Dios está contento con ellos. Que los hijos son una maravilla. Que las deudas están todas al día. Que no hay pagos pendientes. Que duermen a sus anchas, sin sobresaltos. Que la presión arterial está en su punto óptimo. Que el páncreas y el hígado están funcionando perfectamente. Que no hay agruras después de comer porque hay paz interior...
Eso son los patos...
Y en nuestras iglesias también existen muchos patos...
Llegan al culto, cantan, aplauden, ofrendan, sonríen, y se sientan en silencio a oír el mensaje... Lea bien: "oír"... pero no escuchar. Oyen pero no escuchan. Porque debajo de esa aparente calma exterior también están chapoteando de angustia porque saben que el lunes se vence la letra del carro, se vence el pago de la luz y no tienen el dinero para cancelarlo, se vence el plazo para enviar el cheque del colegio, el pago del súper... y un montón de cosas que usted ya sabe.
Nunca se les mueve ni una pluma, digo, ni un pelo. No piden oración. No pasan al altar a dejar allí sus cargas. No muestran ni una pizca de aflicción aunque por debajo están tratando de mantenerse a flote.
Son los hermanos que no muestran nunca una necesidad. No aprovechan los dones que Dios ha repartido entre el pueblo para que sean consolados. Para que alguien les ponga una mano en el hombro y ore por ellos. No se consideran capaces de derramar una lágrima de dolor. Una lágrima de angustia. Creen que los trapos sucios se lavan en casa y prefieren agotarse chapoteando debajo de la aparente tranquilidad que dar a conocer que también ellos son unos necesitados de compañerismo como Jesús en el Monte de los Olivos... Él le pidió a sus amigos que oraran por él. No con Él. Oren por mi, les pidió. Oren por mí, porque mi alma está angustiada. Y si su Majestad el Rey pidió oración, ¿cuánto más nosotros, simples pedazos de barro?
Piénselo. No sea pato...
Pero quien me lee constantemente sabe que escribo sobre la naturaleza humana...
¿Ha visto usted a los patos cuando flotan sobre el agua? Se ven tranquilos por fuera. Mantienen la cabeza erguida, no mueven el cuerpo, mantienen una imagen de calma que impresiona a cualquiera que los observa en su estanque... Se ven tan gallardos, tan flemáticos y tranquilos...
Pero muchos que estamos fuera del estanque no nos damos cuenta que debajo de la superficie hay movimiento...
Están chapoteando con sus patas debajo del agua. De otra manera no podrían flotar ni mantener esa imagen imperturbable...
Esa imagen que hace creer que no hay problemas. Que el matrimonio marcha bien. Que Dios está contento con ellos. Que los hijos son una maravilla. Que las deudas están todas al día. Que no hay pagos pendientes. Que duermen a sus anchas, sin sobresaltos. Que la presión arterial está en su punto óptimo. Que el páncreas y el hígado están funcionando perfectamente. Que no hay agruras después de comer porque hay paz interior...
Eso son los patos...
Y en nuestras iglesias también existen muchos patos...
Llegan al culto, cantan, aplauden, ofrendan, sonríen, y se sientan en silencio a oír el mensaje... Lea bien: "oír"... pero no escuchar. Oyen pero no escuchan. Porque debajo de esa aparente calma exterior también están chapoteando de angustia porque saben que el lunes se vence la letra del carro, se vence el pago de la luz y no tienen el dinero para cancelarlo, se vence el plazo para enviar el cheque del colegio, el pago del súper... y un montón de cosas que usted ya sabe.
Nunca se les mueve ni una pluma, digo, ni un pelo. No piden oración. No pasan al altar a dejar allí sus cargas. No muestran ni una pizca de aflicción aunque por debajo están tratando de mantenerse a flote.
Son los hermanos que no muestran nunca una necesidad. No aprovechan los dones que Dios ha repartido entre el pueblo para que sean consolados. Para que alguien les ponga una mano en el hombro y ore por ellos. No se consideran capaces de derramar una lágrima de dolor. Una lágrima de angustia. Creen que los trapos sucios se lavan en casa y prefieren agotarse chapoteando debajo de la aparente tranquilidad que dar a conocer que también ellos son unos necesitados de compañerismo como Jesús en el Monte de los Olivos... Él le pidió a sus amigos que oraran por él. No con Él. Oren por mi, les pidió. Oren por mí, porque mi alma está angustiada. Y si su Majestad el Rey pidió oración, ¿cuánto más nosotros, simples pedazos de barro?
Piénselo. No sea pato...
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