¡CON HERMANITOS ASI...!
Lucas 15...
La Biblia es tan perfecta que no esconde nada de nuestras más bajas pasiones.
Todo lo trae a la luz para mostrar qué somos y quienes somos.
Dos hijos. Una misma casa. Una misma enseñanza. Padres y bienes. Todo es de los dos. Pero uno de ellos pide su parte y se la dan a los dos. El pequeño... ¡Cuándo no los pequeños! se va a la calle y disfruta a su manera lo que su padre le dio obligado por el berrinche que le hizo su hijo. Abandonó la casa y todo lo que significaba disciplina, enseñanza y obligaciones. Ya no más barrer su cuarto. Ya no más recoger su ropa sucia. Ya no más poner la mesa antes de cada comida.
El otro se queda. Aunque quizá hubiera sido mejor que también se fuera a vomitar toda su hipocresía y amargura a la calle.
Porque eso era y un poco más...
Escuchemos primero al padre: "...Salió su padre y le rogaba que entrara"
Pero el malcriadote de su hijo le responde con varios argumentos:
"Por tantos años te he servido" -le echa en cara su servicio.
"Nunca he desobedecido ninguna órden tuya" -¿y por qué ahora no le obedece?
"Nunca me has dado ni un cabrito" -¿y no le entregó a él también su parte?
¿Qué tenemos aquí? Mucho. Aprendamos de este jovencito amargado...
Ambos vivían en la misma casa. Ambos reciben la misma educación. La misma enseñanza. Pero éste nunca puso atención a lo que se enseñaba dentro de sus cuatro paredes. Indudablemente el padre les enseñó a ambos que antes que el odio está el amor. Antes del castigo está la misericordia. Antes del rechazo están los brazos abiertos... Eso fue lo que aprendió el pequeño, por eso estaba seguro que su padre lo recibiría en cuanto confesara su pecado. Él sabía que el rechazo no se practicaba en su casa. Sabía que el odio no se mencionaba en los labios de su papá. Sabía que sus brazos estarían abiertos para él en cuanto llegara.
Pero fue lo que no aprendió el mayor. Aunque asistía al mismo culto y a la misma prédica, su mente estaba siempre en el campo. Su cuerpo estaba allí en la sala de estudio pero su corazón estaba en otra parte...
Lo mismo que sucede en muchas de nuestras congregaciones. Gente que llega y se reúne con nosotros. Cantan los mismos coritos. Aplauden con la misma fuerza. Ofrenda y diezman al mismo tiempo que los demás... pero hasta allí llega la similitud. A la hora de la prédica su mente divaga en a-saber-qué-cosas. Y el resultado es el mismo: Amargura. Rencor. Rechazo. Carnalidad. Reclamos.
No defiendo al pródigo. Pero... entre los dos: ¿quién realmente fue el mejor?
La Biblia es tan perfecta que no esconde nada de nuestras más bajas pasiones.
Todo lo trae a la luz para mostrar qué somos y quienes somos.
Dos hijos. Una misma casa. Una misma enseñanza. Padres y bienes. Todo es de los dos. Pero uno de ellos pide su parte y se la dan a los dos. El pequeño... ¡Cuándo no los pequeños! se va a la calle y disfruta a su manera lo que su padre le dio obligado por el berrinche que le hizo su hijo. Abandonó la casa y todo lo que significaba disciplina, enseñanza y obligaciones. Ya no más barrer su cuarto. Ya no más recoger su ropa sucia. Ya no más poner la mesa antes de cada comida.
El otro se queda. Aunque quizá hubiera sido mejor que también se fuera a vomitar toda su hipocresía y amargura a la calle.
Porque eso era y un poco más...
Escuchemos primero al padre: "...Salió su padre y le rogaba que entrara"
Pero el malcriadote de su hijo le responde con varios argumentos:
"Por tantos años te he servido" -le echa en cara su servicio.
"Nunca he desobedecido ninguna órden tuya" -¿y por qué ahora no le obedece?
"Nunca me has dado ni un cabrito" -¿y no le entregó a él también su parte?
¿Qué tenemos aquí? Mucho. Aprendamos de este jovencito amargado...
Ambos vivían en la misma casa. Ambos reciben la misma educación. La misma enseñanza. Pero éste nunca puso atención a lo que se enseñaba dentro de sus cuatro paredes. Indudablemente el padre les enseñó a ambos que antes que el odio está el amor. Antes del castigo está la misericordia. Antes del rechazo están los brazos abiertos... Eso fue lo que aprendió el pequeño, por eso estaba seguro que su padre lo recibiría en cuanto confesara su pecado. Él sabía que el rechazo no se practicaba en su casa. Sabía que el odio no se mencionaba en los labios de su papá. Sabía que sus brazos estarían abiertos para él en cuanto llegara.
Pero fue lo que no aprendió el mayor. Aunque asistía al mismo culto y a la misma prédica, su mente estaba siempre en el campo. Su cuerpo estaba allí en la sala de estudio pero su corazón estaba en otra parte...
Lo mismo que sucede en muchas de nuestras congregaciones. Gente que llega y se reúne con nosotros. Cantan los mismos coritos. Aplauden con la misma fuerza. Ofrenda y diezman al mismo tiempo que los demás... pero hasta allí llega la similitud. A la hora de la prédica su mente divaga en a-saber-qué-cosas. Y el resultado es el mismo: Amargura. Rencor. Rechazo. Carnalidad. Reclamos.
No defiendo al pródigo. Pero... entre los dos: ¿quién realmente fue el mejor?
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