ANTES Y DESPUES...


Los soldados no le pegaron. El consejo de sacerdotes no lo acusó ni le reprochó nada. Los romanos no amenazaron con enviarlo a Siberia. Sus amigos no lo empujaron a hacerlo...

No, solamente una humilde sirvienta escuchó su acento y dijo que él conocía a Jesús. Y Pedro entró en pánico. No solo negó a su Señor, sino que descartó de plano la idea de conocerlo. "Y (Pedro) comenzó a echar maldiciones y les juró: "A ese hombre ni lo conozco". Mat. 26:74.

Sin embargo hay que verlo en el día de Pentecostés, predicándole a una multitud. Se disparó un mensaje tan poderoso que se convirtieron ese día como cinco mil personas. No tenía pelos en la lengua y les habló tan claro como el agua. La misma multitud que pidió que crucificaran a su Maestro podría pedir lo mismo para él... pero no le importó. De pusilánime a valiente guerrero en cincuenta días.  ¿Qué ocurrió?

¡Cómo quisiéramos saberlo! Admiramos al Pedro de Pentecostés, sin embargo nos identificamos con el de la Pascua.  Nos enfrentamos a adicciones de las que no podemos librarnos, el pasado que nos persigue las deudas que no podemos pagar, las tristezas que no se van. La cólera que no se apaga. El enojo que nos enferma.

Nuestras convicciones se apagan y la resolución se desvanece. Y nos preguntamos por qué. Miramos a los demás creyentes y nos preguntamos: ¿Por que tiene una vida de tanto fruto y la mía es tan estéril?  ¿Por qué es su vida tan poderosa y la mía tan débil? ¿Acaso no fuimos salvados por el mismo Cristo? ¿No leemos las mismas Escrituras y nos postramos ante la misma Cruz? ¿Por qué algunos se parecen al primer Pedro y otros al segundo? O, mejor dicho: ¿Por qué vacilo entre los dos de una semana a la otra?

La clave está en lo que Jesús les dijo antes de partir al Cielo: "No se alejen de Jerusalén, sino esperen la promesa del Padre... serán bautizados con el Espíritu Santo". Allí está la respuesta a tantos "Por qué..." No se aleje de la Presencia del Señor. No se aleje de Su Cuerpo. No se aleje de su compañía. No se aleje de la oración. No se aleje de su cobertura...

La misma mano que empujó la roca que cubría la tumba puede alejar sus dudas. La misma fuerza que puso a Satanás en retirada puede, y sin duda lo hará, derrotar a Satanás  y echarlo fuera de su vida. Solo tiene que mantener abierta la puerta de la comunión con Él. 

¿Quién sabe? 

Quizás pronto escuche usted también a la gente preguntar: "¿Qué le sucedió a este?"

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