MATEO Y YO...

El Hombre que se le puso enfrente no era comerciante. Por lo tanto, no pagaba impuestos...
El hombre que estaba sentado frente a la mesa con las monedas regadas no era amigo de los no comerciantes... Solo le interesaban los impuestos...

Vios sus Manos. Vacías de dinero. Sus Manos estaban extendidas hacia él. No levantó el rostro, solo la vista puesta fijamente en las palmas de sus Manos. No vio dinero. Lo que vio fue mugre, sudor, suciedad. En las líneas que surcaban sus palmas se notaba el polvo del camino mojado por el sudor del calor del día... Sus uñas estaban ennegrecidas también por el tiempo pasado en las calles de la ciudad...

Algo había en Aquel Hombre que estaba parado frente a él en su lugar de trabajo.

Todos los días armaba su mesa portátil frente a la puerta de la Ciudad para cobrar los impuestos. Él es judío y trabaja para el Imperio romano como cobrador de impuestos. Lo que le interesa es llenar su cuota para empezar a hacerse su propio salario. Mientras más rápido mejor, así que no tiene tiempo para ver rostros... solo manos.

Es odiado por su comunidad. Está de parte del Imperio y eso lo convierte en un traidor. Los sábados va a la sinagoga, lee la Torá y cumple sus ritos... pero entre semana es un traidor. Explota a sus propios hermanos con tal de quedar bien con los intrusos romanos. Les quita su dinero para dárselo a los usurpadores. Le odian. Pero tampoco lo pueden evitar. Es como decir: un mal necesario.

Esta mañana hay un Hombre parado frente a su mesa con las manos extendidas hacia él pero no lleva el impuesto. Lo que lleva es otra cosa. Acaba de susurrar algo pero no lo entendió. Entre el bullicio de la gente que ya llena la calle y entra y sale de la ciudad, este Hombre ha dicho algo pero no lo ha escuchado bien. Supone que le está saludando, maldiciendo o algo parecido. Al fin y al cabo ya está acostumbrado a los insultos. Tan acostumbrado que ya no los escucha. Sigue sin levantar la vista...

Pero hay algo en este Hombre que no se mueve de allí. Sigue con sus Manos extendidas hacia su rostro sin siquiera mostrar el más leve temblor. Tiene una firmeza digna de un Rey. Su olor es a sudor. Su ropa se adivina de una pobreza extrema. Logra ver sus pies calzados con unas sandalias desgastadas. Se nota que ha camina mucho.

El cobrador empieza, como en cámara lenta, a levantar la vista hacia su extraño visitante. ¿Será un mendigo? ¿Será un leproso que se atreve a acercarse hasta su mesa en busca de una limosna? ¿Será un impertinente más que busca una moneda para el desayuno? Su vista sigue levantándose hacia la persona que impertérrita pemanece alli sin moverse...

Hasta que llega a ver sus ojos... Unos ojos tan tiernos, dulces, hermosos, brillantes, extraños, profundos y llenos de compasión como nunca antes había visto en nadie...

Y ahora si, con claridad, escucha lo que le ha estado hablando el extraño: "Sígueme..."

¿Qué vio Jesús en Mateo? ¿Qué vio Mateo en Jesús? No sé. Solo sé que Jesús, cuando se paró frente a mi vio un fracasado, necesitado, pecador, lleno de problemas y necesidades.... Lo que yo ví en Él fue a mi Salvador, mi Rendentor, mi Rey y Señor...

Mateo escribió sobre Él. Yo hablo de Él...No lo podemos evitar. Cualquiera ante quien Jesús se pare enfrente no vuelve a ser el mismo. Si se convierte en seguidor de Jesús, o escribe o habla de Él. No se puede hacer otra cosa... ¿no le parece?

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