LAS MALAS RACHAS...

Estas pasando una mala racha. Estas en quiebra. Buscas algunas monedas en tus bolsillos y no encuentras nada...

Buscas a tus amigos para que te hagan un pequeño préstamo y nadie responde el celular.

Buscas a tu familia y todos están ocupados. Nadie te atiende. Estas solo. Estas sola. Te llegó una mala racha. Es como un tzunami que te cayó encima sin previo aviso. No sonaron las sirenas de advertencia.  Cuando sentiste te quedaste pasmado de sorpresa. La mesa está vacía. La refri está más blanca que de costumbre. Tu esposa no tiene deseos ni de peinarse. Tus hijos están sorprendidos...

¿Y tú?

Tú no sabes que hacer. Llamas a algún hermano de la congregación y te da el único consejo que sabe darte: Ore, hermano, ore. Ore hermana, ore...

¿Orar? Piensas. Si lo que tú necesitas es algo de dinero para tener sustento en tu casa por lo menos para el día de hoy. No crees que la oración te ayude en algo...
Sin embargo, permíteme decirte un par de cosas con respecto a la oración:

1.- La oración te recuerda quién está al mando. Tu vida no es tuya. Tú no eres el dueño del oro y de la plata. Tú no fuiste el creador de tu familia. Es más, tú mismo o tú misma eres parte de esa creación. Y Alguien fue el Perfecto Creador. Fue Dios. Y Él escucha tu oración. Permite tus malas rachas para recordarte que es Él quien tiene el mando en tu familia. Por eso, ora, hermana, ora...

2.- La oración le da permiso a Dios para hacer lo que tiene que hacer. De otra manera tú no le dejarías la solución en Sus Manos. Si tuvieras siempre los recursos que necesitas para todas tus necesidades nunca le hablarías de ellas y Él no tendría nada qué hacer a favor tuyo y de tu casa.

3.- La oración alivia el estrés que la necesidad provoca. La oración te da descanso. Te permite sentir esa paz que sobrepasa todo entendimiento porque sabes que tu petición fue oída y que Alguien allá arriba está tomando acciones para responderte. Eso te da paz, te deja dormir, te hace descansar...

Las personas que no oran sufren  cuando no tienen respuestas.  Los valles más oscuros están ennegrecidos por las sombras de los signos de interrogación: ¿Vale la pena seguir? ¿Vale la pena vivir? ¿Le importaré a alguien? ¿Alguien piensa un poquito en mi realmente?

La oración nos empuja a través de los hoyos de la vida, nos propulsa sobre las olas del mar que nos amenaza con ahogarnos.

Así que... yo soy ese hermano que te aconseja: Ora, hermana, ora... Tu oración llegará a donde han llegado las mias cuando me llegan esas malas rachas para recordarme quién está al mando del timón de mi vida... Es Jesús.

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