LA IGLESIA... VEALA DE ESTA FORMA...

Difícil entenderla, ¿verdad?

Pero si me permite hacer una comparación conocida de todos, quizá usted pueda comprenderla. Y entonces ya no andará buscando la iglesia perfecta. Porque usted descubrirá que no existe. Y se convertirá usted en una columna tal como Dios quiere y no una nube sin agua que anda de un lado para otro...

He aquí la idea:

La iglesia se parece a una familia que sale de paseo un día de vacaciones. Cargan el carro con todo lo necesario para el viaje y, después de orar, se ponen en camino. Al principio la emoción se yergue y los ánimos son buenos... Pero setenta  u ochenta kilómetros empiezan a cansar... Pedrito ocupa mucho espacio, Elena no comparte su almohada, el papá se niega a parar en medio del camino y mamá tiene que hacer algo que solo ella puede hacer...

Lo pies huelen  y la tensión aumenta. El pastel se cayó en la alfombra. La soda se derramó en el asiento y los trastos que van atrás con la comida están empezando a hacer ruido como que algo se está cayendo...

Empiezan los reclamos. Los ánimos están en ebullición y empiezan los pensamientos: Quisiera bajarme de este carro. Mejor me hubiera quedado en casa. Solo quiero salir de este vehículo. Para qué me vine...

Pero, ¿lo hacemos? No, nos quedamos en el carro. ¿Por qué? Uno: porque solos no podemos llegar a nuestro destino. Dos: somos familia.

¿No se puede decir lo mismo de los cristianos en una congregación? No tiramos los pasteles pero descubrimos el pastel. Talvez nuestros pies no apesten pero nuestras actitudes sí. Nos hartamos de los demás. Algunos empiezan a heder... Pero, ¿Nos bajamos del carro? No, separados del Padre no podemos llegar a nuestro destino. Y, además, somos familia...

No siempre es sencillo, pero cada domingo nos sentamos en la misma iglesia. Cada domingo compartimos el mismo pan y bebemos de la misma copa. Y cada domingo me recuerda que el Señor determina quién se sienta a su mesa, no yo.

Nos vestimos de forma distinta. Pensamos distinto. Somos distintos. Pero si estamos en el mismo vehículo, conducido por el mismo Padre, dirigido al mismo lugar... ¿no nos podemos aceptar unos a otros?

Y si el Señor nos invita a los que me caen mal y a mí a la misma mesa, ¿no somos familiares?

Así que... ¿qué piensa ahora de su iglesia? ¿Aún le caemos mal?

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