Que vemos: ¿Uvas o gigantes?
Diez espías llegan a Canaan a observar como es la tierra. Moisés se ha quedado al otro lad del río esperando noticias...
Cuarenta días despues regresan con su informe. Diez son negativos. Solo dos tuvieron fe en el Dios que les ha protegido por el desierto. De los dos... Uno reclamó su herencia a los cuarenticinco años. ¿Se imagina? ¡Ochenticinco años esperando su tierra! ¡Qué paciencia! ¿no le parece?
Caleb estuvo esperando todos esos años hasta que recibieran la orden de entrar a tomar posesión de su tierra. Él había espiado el monte Hebrón. Vio cosas buenas. Buena vegetación. Abundante agua. Árboles gigantescos. Valles y praderas que eran la envidia de cualquier terrateniente. Los frutos eran tan grandes que no bastaba un hombre para cargarlo, se necesitaban dos para un racimo de uvas... ¿Se imagina, entonces los plátanos? O... ¿qué tal las naranjas? ¡Y no digamos las sandías...!
En fín, allí tenemos a Caleb cuarenticinco años después reclamando su tierra a su general Josué. Se terminó la guerra. Todos tienen ya su territorio. Judá por un lado, Dan por otro y más allá está la tribu de Efraín... Ahora le toca el turno a Caleb. Se presenta ante su autoridad y le pide que se cumpla la promesa que Moisés les había dado aquella famosa vez. "Dame mi tierra", le dijo a Josué. El oficial creo que frunce el ceño cuando ve a su antiguo amigo ya viejo, ochenticinco años no pasan de balde... Las canas coronan su cabello. Las arrugas de su piel delatan la dura vida del desierto. El cuerpo menudo y quizá un poco enclenque le hacen creer a Josué que este anciano de tantos años no debe haber pensado muy bien lo que pide...
Porque en esa tierra viven los hijos de Anac. Una estirpe de gigantes que para qué le cuento. Goliat, por ejemplo, es uno de sus herederos. Así que ya se imagina lo que cruza por la mente de Josué cuando Caleb reclama su tierra. ¿Te recuerdas que allí hay gigantes, Caleb? ¿Ya se te olvidaron el tamañote de esos cuates? ¿Tienes fuerzas para pelear contra ellos? ¿Crees que les puedes ganar?
Todas esas preguntas se observan en la mirada inquisitiva que Josué le brinda a Caleb... Y Caleb acepta el guante: Sé que hay gigantes. La memoria no me falla. Recuerdo perfectamente quiénes viven allí, pero te recuerdo que Dios le dijo a Moisés que quien pisara esa tierra sería de él... y yo la pisé, Josué. Yo estuve allí y vi lo que tiene esa tierra. La estoy esperando desde aquella vez que fuimos a espiar... Esa tierra es mía. Los gigantes me hacen los mandados. ¿sabes por qué? Porque lo que yo vi fueron las uvas, los tomates, los árboles, las praderas, lor ríos y las fuentes de aguas...
Yo no vi con mucha atención a los gigantes. Lo que yo grabé en mi mente son los frutos, no los problemas. Yo lo que tengo en mi mente son los valles verdes y hermosos, no los gigantes que asustaron a los demás...
Además... Dios está conmigo. Y si Él está conmigo... los gigantes salen sobrando... ¿no te parece?
Cuarenta días despues regresan con su informe. Diez son negativos. Solo dos tuvieron fe en el Dios que les ha protegido por el desierto. De los dos... Uno reclamó su herencia a los cuarenticinco años. ¿Se imagina? ¡Ochenticinco años esperando su tierra! ¡Qué paciencia! ¿no le parece?
Caleb estuvo esperando todos esos años hasta que recibieran la orden de entrar a tomar posesión de su tierra. Él había espiado el monte Hebrón. Vio cosas buenas. Buena vegetación. Abundante agua. Árboles gigantescos. Valles y praderas que eran la envidia de cualquier terrateniente. Los frutos eran tan grandes que no bastaba un hombre para cargarlo, se necesitaban dos para un racimo de uvas... ¿Se imagina, entonces los plátanos? O... ¿qué tal las naranjas? ¡Y no digamos las sandías...!
En fín, allí tenemos a Caleb cuarenticinco años después reclamando su tierra a su general Josué. Se terminó la guerra. Todos tienen ya su territorio. Judá por un lado, Dan por otro y más allá está la tribu de Efraín... Ahora le toca el turno a Caleb. Se presenta ante su autoridad y le pide que se cumpla la promesa que Moisés les había dado aquella famosa vez. "Dame mi tierra", le dijo a Josué. El oficial creo que frunce el ceño cuando ve a su antiguo amigo ya viejo, ochenticinco años no pasan de balde... Las canas coronan su cabello. Las arrugas de su piel delatan la dura vida del desierto. El cuerpo menudo y quizá un poco enclenque le hacen creer a Josué que este anciano de tantos años no debe haber pensado muy bien lo que pide...
Porque en esa tierra viven los hijos de Anac. Una estirpe de gigantes que para qué le cuento. Goliat, por ejemplo, es uno de sus herederos. Así que ya se imagina lo que cruza por la mente de Josué cuando Caleb reclama su tierra. ¿Te recuerdas que allí hay gigantes, Caleb? ¿Ya se te olvidaron el tamañote de esos cuates? ¿Tienes fuerzas para pelear contra ellos? ¿Crees que les puedes ganar?
Todas esas preguntas se observan en la mirada inquisitiva que Josué le brinda a Caleb... Y Caleb acepta el guante: Sé que hay gigantes. La memoria no me falla. Recuerdo perfectamente quiénes viven allí, pero te recuerdo que Dios le dijo a Moisés que quien pisara esa tierra sería de él... y yo la pisé, Josué. Yo estuve allí y vi lo que tiene esa tierra. La estoy esperando desde aquella vez que fuimos a espiar... Esa tierra es mía. Los gigantes me hacen los mandados. ¿sabes por qué? Porque lo que yo vi fueron las uvas, los tomates, los árboles, las praderas, lor ríos y las fuentes de aguas...
Yo no vi con mucha atención a los gigantes. Lo que yo grabé en mi mente son los frutos, no los problemas. Yo lo que tengo en mi mente son los valles verdes y hermosos, no los gigantes que asustaron a los demás...
Además... Dios está conmigo. Y si Él está conmigo... los gigantes salen sobrando... ¿no te parece?
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