¿QUIEN ERA EL GIGANTE...?

Medía más de dos metros cincuenta. Era robusto. Su lanza era grandísima. Su escudo ni digamos. Su voz resonaba por todo el campamento. Asustaba solo de verlo.  A su lado tenía un lancero que le ayudaba a cargar su parafernalia militar. Además era malcriado y gritón. Tenía atemorizados a todos los soldados de Israel. En cuenta su rey, Saúl. Los mantenía escondidos en sus tiendas sin saber qué hacer...
En esa esquina tenemos a  Goliat. El gigante que aterrorizaba a los ejércitos de Israel...

En la otra esquina... tenemos a un pastorcito de unos quince años. Colocho, rubio, tostado por el sol. No tiene lanza ni armadura ni plebeyo que le acompañe. No tiene un vozarrón que asuste. Su figura es insignificante. Es chiquito y no tiene presencia. Su única parefernalia era una bolsa de cuero con algunas piedras y una honda...
En esa esquina está David. Un jovencito a quien nadie respeta. Ni sus hermanos, ni el rey ni los soldados... Y es el que se ofrece a luchar contra el gigante...

¿Así como estás, muchacho? ¡Ponte mi armadura! -le dice Saúl- Por lo menos te ayudará a protegerte en algo de lo que ese arrogante Goliat pueda hacerte... Pero David dice nó. Mi escudo es Algo mucho mejor que lo que usted me ofrece. Y Saúl no entiende ni jota de lo que le dice el pastorcito... Su cabeza está en la tierra. La cabeza de David está en el Cielo.

Y empieza el encuentro. Dos gladiadores. Uno enorme. El otro pequeño. El enorme grita, insulta y ofende al Dios del pueblo. Reta a que el otro se le tire encima para acabarlo de un solo lanzaso... El otro está callado. No alza su voz. No insulta. No ofende. Es más, ni siquiera mira a su oponente... Está buscando algo en su bolsa. Algo que le va a servir para darle un escarmiento a ese bravucón insolente. Y lo encuentra: una piedra. Su honda y su piedra. Es todo lo que necesita. Una piedra. Algo que pueda abrirse paso entre la armadura del gigante y acabarlo de un solo tiro...

Segundos después el hombretón, como marioneta, cae desplomado a los pies del joven. No hubo aplausos. No hubo fanfarrias. No hubo cámaras de televisión. Ni diplomas. Ni corona de laurel en la frente del vencedor. En la tierra no hubo nada de eso, pero... En el cielo se escribió una placa de reconocimiento al verdadero Gigante...

No fue el tamaño del gladiador. Fue el Tamaño del que acompañaba al peqeño gladiador... No fue la honda. No fue la piedra. No fue la mano que disparó el proyectil...Fue la Mano que guió la piedra. Fue la fe del pastorcito que confió en Quien dirige todo lo que hace en su vida...

Entonces: ¿Quién fue el verdadero gigante? ¿El grande o el pequeño? ¡Esa es una buena pregunta que nos debemos hacer usted y yo este día! Llevemos nuestra honda, nuestras piedras, nuestro vigor, pero siempre dejemos que la Bendita Mano de nuestro Dios sea quien coloque todo en su justo lugar...

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