EL CATRE...
Jesús le dijo: Levántate, toma tu catre y anda. Jn. 5:8
¿Sería por estética? ¿Sería por limpieza? ¿Sería para hacer lugar para alguien más en el estanque? ¿O sería quizá para tirarlo en alguna esquina?
El asunto es que: ¿Para qué le diría Jesús al paralítico que se llevara su catre? ¿Para qué le iba a servir si era un catre de treintiocho años de uso? ¿Se imagina su estado? ¡Treintiocho años de estar postrado en el mismo lugar! Su olor ya no era nada agradable. Su estado era calamitoso. Los trapos debieron estar raídos y gastados. Las varas que servían para levantarlo debieron esta rotas... No creo que el Señor le haya dicho al hombre que se llevara su catre como un trofeo...
Aquí debe haber algo más profundo que no vemos sobre la tinta...
Este hombre había estado paralítico durante treintiocho años en el estanque de Betesda. Rodeado de otros enfermos como él. Acostumbrado a ver el mismo espectáculo día tras día. Cada vez que entraba la noche quizá escucharía los mismos lamentos de siempre. Treintiocho años con sus días y noches escuchando quejidos, maldiciones, palabrotas y mucho más ya debieron hacer mella en este hombre al que Jesús sanó. Y le ordena que se vaya de allí y se lleve su catre...
Ahora imaginemos por un momento a su esposa... Él toca la puerta, ella le abre. Gritos de emoción. Llanto. Abrazos. Quizá besos. Se miran uno al otro. La emoción los embarga... Aparece un hombre de unos treinta años. Era el chiquillo que quedó cuando lo internaron en el estanque. Ahora es un hombre de barba y bigote. Se abrazan uno al otro. Él le dice "papá"... el exparalítico le dice "hijo"... De pronto la mujer pregunta: ¿Para qué trajiste ese armatoste viejo y hediondo? ¿Por qué no lo dejaste tirado en algun basurero? ¿Para qué te puede servir ese catre gastado y viejo...?
Le responde: "El hombre que me sanó me dijo que me lo trajera". Pero, ¿para qué? Bueno... aquí entra la imaginación...
Lo pone en alguna esquina de la casa. Lo deja allí, parado. Es un extraño monumento al pasado. Es para recordar de donde lo sacó Aquel que lo sanó. Es para no olvidar la Misericordia y el Amor que recibió cuando el Sanador lo levantó. Ese catre viejo y hediondo es el recuerdo de las cosas que vivió y que jamás volverá a vivir. Son las piedras que levantó en su camino y le recuerdan que no debe volver a pecar para que no le suceda algo peor...
Ese catre desvencijado y mal oloroso es el recuerdo a lo que pasó en aquel estanque. Son los recuerdos de sus antiguos amigos de enfermedad. De infortunio. De pobreza.
Ese catre es el diario recordatorio del lugar de podredumbre de donde lo levantó Jesús...
¿Y usted? ¿Tiene algún catre que le recuerde que no debe volver a caminar por donde iba antes...?
¿Sería por estética? ¿Sería por limpieza? ¿Sería para hacer lugar para alguien más en el estanque? ¿O sería quizá para tirarlo en alguna esquina?
El asunto es que: ¿Para qué le diría Jesús al paralítico que se llevara su catre? ¿Para qué le iba a servir si era un catre de treintiocho años de uso? ¿Se imagina su estado? ¡Treintiocho años de estar postrado en el mismo lugar! Su olor ya no era nada agradable. Su estado era calamitoso. Los trapos debieron estar raídos y gastados. Las varas que servían para levantarlo debieron esta rotas... No creo que el Señor le haya dicho al hombre que se llevara su catre como un trofeo...
Aquí debe haber algo más profundo que no vemos sobre la tinta...
Este hombre había estado paralítico durante treintiocho años en el estanque de Betesda. Rodeado de otros enfermos como él. Acostumbrado a ver el mismo espectáculo día tras día. Cada vez que entraba la noche quizá escucharía los mismos lamentos de siempre. Treintiocho años con sus días y noches escuchando quejidos, maldiciones, palabrotas y mucho más ya debieron hacer mella en este hombre al que Jesús sanó. Y le ordena que se vaya de allí y se lleve su catre...
Ahora imaginemos por un momento a su esposa... Él toca la puerta, ella le abre. Gritos de emoción. Llanto. Abrazos. Quizá besos. Se miran uno al otro. La emoción los embarga... Aparece un hombre de unos treinta años. Era el chiquillo que quedó cuando lo internaron en el estanque. Ahora es un hombre de barba y bigote. Se abrazan uno al otro. Él le dice "papá"... el exparalítico le dice "hijo"... De pronto la mujer pregunta: ¿Para qué trajiste ese armatoste viejo y hediondo? ¿Por qué no lo dejaste tirado en algun basurero? ¿Para qué te puede servir ese catre gastado y viejo...?
Le responde: "El hombre que me sanó me dijo que me lo trajera". Pero, ¿para qué? Bueno... aquí entra la imaginación...
Lo pone en alguna esquina de la casa. Lo deja allí, parado. Es un extraño monumento al pasado. Es para recordar de donde lo sacó Aquel que lo sanó. Es para no olvidar la Misericordia y el Amor que recibió cuando el Sanador lo levantó. Ese catre viejo y hediondo es el recuerdo de las cosas que vivió y que jamás volverá a vivir. Son las piedras que levantó en su camino y le recuerdan que no debe volver a pecar para que no le suceda algo peor...
Ese catre desvencijado y mal oloroso es el recuerdo a lo que pasó en aquel estanque. Son los recuerdos de sus antiguos amigos de enfermedad. De infortunio. De pobreza.
Ese catre es el diario recordatorio del lugar de podredumbre de donde lo levantó Jesús...
¿Y usted? ¿Tiene algún catre que le recuerde que no debe volver a caminar por donde iba antes...?
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