EL SEÑOR Y "SU" CASA...
"...Y si yo soy señor..." (Mal. 1:6)
Somos el Templo y morada del Señor. Él dijo que ya no habitaría en templos hechos de manos. Desde esa declaración Él buscó templos humanos para poner allí Su Presencia. "Yo toco", dijo, "y el que me abre". Es claro entonces que el Señor nos ha buscado a nosotros, sus ovejas, para morar dentro de nuestros cuerpos. En todas sus habitaciones, claro. No solo en el corazón como muchos creen. Y todas las habitaciones de mi cuerpo son suyas: Mi mente, mi cuerpo y mi alma. ¿Estamos de acuerdo?
Le contaré un secreto. Es un secreto a voces...
Cuando mi esposa y yo buscamos una casa para vivir y la hemos encontrado, ella inmediatamente que la ve, aunque aún esté vacía, hace planes para colocar los muebles a su gusto. Allí pondremos el chinero, por allá un sofá, en aquella esquina pondremos la silla mecedora. En ésta esquina irá el comedor y en el patio trasero vivirá el perro... En esta pared quiero el cuadro que me regalaron en la Iglesia. En aquella pared pondremos la foto de mis papás... etc. etc...Le estoy contando esto porque creo que todos hemos vivido esas experiencias. Los hombres permitimos que la esposa, que es y será la señora de la casa disponga de los lugares donde pondrá sus propiedades. Y, claro, qué decir del dormitorio. Aquí quiero la cama, éste será tu baño y éste será el mío. Tú usarás este closet y yo pondré en éste mi ropa...
¿Peleamos por esto? ¿Discutimos acaso? No. Dejamos claro que ella puede disponer de los espacios por una sencilla razón: La amamos y queremos que se sienta cómoda en su nueva casa. Queremos que viva a plenitud sin que nada ni nadie le estorbe sus planes a la hora de ir a vivi a esa casa...
Si al caso, le pedimos que nos deje un pedazo de garaje para guardar nuestro vehículo... si cabe. Si no, que ella guarde el suyo y nosotros estacionaremos fuera. Claro, estoy hablando de hombres que aman a sus mujeres. Esto no es para machistas, para los que orinan sus espacios y no permiten que su esposa sea digna de respeto y libertad...
Pues bien. Si eso hacemos con nuestras esposas y dejamos que ellas dispongan de los espacios de la casa... ¿por qué no permitimos que Jesús, que es el Verdadero Señor de nuestra casa disponga qué es lo que le agrada y qué no? Porque eso es otra cosa, me dirá alguien. Pero no, caballero o querida dama. Es aún superior que un cónyuge. Él es Señor. Y, como Señor, tiene todo el derecho de mover de su "casa" (que es usted, se supone), todo lo que no le agrade y poner lo que a Él le guste...
¿Se había imaginado la trascendencia de su conversión a Jesús? Si no era así, ya lo sabe. Si Él ya llegó a morar a su vida... Él es el verdadero Dueño de su casa. Y tiene todo el derecho de sacar todos los muebles viejos a la calle y meter los nuevos. Tiene el derecho de quitar el cuadro de esa pared que no le gusta. Tiene el derecho de poner los sillones donde a Él le plazca. Tiene todo el derecho de quitar el vocabulario que usted ha usado. Tiene el derecho de quitar la TV a la hora que a Él le plazca... ¡Ah! y tiene todo el derecho de decirle cómo quiere que se vista, mi querida niña. Ni usted ni yo podemos hacer con SU casa lo que creemos que Él quiere... Tendremos que preguntarle si está de acuerdo con lo que usaremos el día de la fiesta... ¿Lo sabía...?
Somos el Templo y morada del Señor. Él dijo que ya no habitaría en templos hechos de manos. Desde esa declaración Él buscó templos humanos para poner allí Su Presencia. "Yo toco", dijo, "y el que me abre". Es claro entonces que el Señor nos ha buscado a nosotros, sus ovejas, para morar dentro de nuestros cuerpos. En todas sus habitaciones, claro. No solo en el corazón como muchos creen. Y todas las habitaciones de mi cuerpo son suyas: Mi mente, mi cuerpo y mi alma. ¿Estamos de acuerdo?
Le contaré un secreto. Es un secreto a voces...
Cuando mi esposa y yo buscamos una casa para vivir y la hemos encontrado, ella inmediatamente que la ve, aunque aún esté vacía, hace planes para colocar los muebles a su gusto. Allí pondremos el chinero, por allá un sofá, en aquella esquina pondremos la silla mecedora. En ésta esquina irá el comedor y en el patio trasero vivirá el perro... En esta pared quiero el cuadro que me regalaron en la Iglesia. En aquella pared pondremos la foto de mis papás... etc. etc...Le estoy contando esto porque creo que todos hemos vivido esas experiencias. Los hombres permitimos que la esposa, que es y será la señora de la casa disponga de los lugares donde pondrá sus propiedades. Y, claro, qué decir del dormitorio. Aquí quiero la cama, éste será tu baño y éste será el mío. Tú usarás este closet y yo pondré en éste mi ropa...
¿Peleamos por esto? ¿Discutimos acaso? No. Dejamos claro que ella puede disponer de los espacios por una sencilla razón: La amamos y queremos que se sienta cómoda en su nueva casa. Queremos que viva a plenitud sin que nada ni nadie le estorbe sus planes a la hora de ir a vivi a esa casa...
Si al caso, le pedimos que nos deje un pedazo de garaje para guardar nuestro vehículo... si cabe. Si no, que ella guarde el suyo y nosotros estacionaremos fuera. Claro, estoy hablando de hombres que aman a sus mujeres. Esto no es para machistas, para los que orinan sus espacios y no permiten que su esposa sea digna de respeto y libertad...
Pues bien. Si eso hacemos con nuestras esposas y dejamos que ellas dispongan de los espacios de la casa... ¿por qué no permitimos que Jesús, que es el Verdadero Señor de nuestra casa disponga qué es lo que le agrada y qué no? Porque eso es otra cosa, me dirá alguien. Pero no, caballero o querida dama. Es aún superior que un cónyuge. Él es Señor. Y, como Señor, tiene todo el derecho de mover de su "casa" (que es usted, se supone), todo lo que no le agrade y poner lo que a Él le guste...
¿Se había imaginado la trascendencia de su conversión a Jesús? Si no era así, ya lo sabe. Si Él ya llegó a morar a su vida... Él es el verdadero Dueño de su casa. Y tiene todo el derecho de sacar todos los muebles viejos a la calle y meter los nuevos. Tiene el derecho de quitar el cuadro de esa pared que no le gusta. Tiene el derecho de poner los sillones donde a Él le plazca. Tiene todo el derecho de quitar el vocabulario que usted ha usado. Tiene el derecho de quitar la TV a la hora que a Él le plazca... ¡Ah! y tiene todo el derecho de decirle cómo quiere que se vista, mi querida niña. Ni usted ni yo podemos hacer con SU casa lo que creemos que Él quiere... Tendremos que preguntarle si está de acuerdo con lo que usaremos el día de la fiesta... ¿Lo sabía...?
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