¿QUÉ ES LO QUE VEO, ENTONCES...?

Pero Samuel dijo: ¿Qué es este balido de ovejas en mis oídos y el mugido de bueyes que oigo? (1 Sam. 15:14)

¡Ah! cómo nos engañamos.
Creemos que los únicos que sabemos quienes somos, somos solo nosotros...
Cuando una pareja se pelea en la casa y luego salen para la Iglesia, ellos creen que nadie se da cuenta de lo que acaba de suceder dentro de las cuatro paredes de su casa o en el interior de su carro...

Somos artistas en querer maquillar nuestra conducta ante los demás. Presentamos nuestra mejor sonrisa, damos apretones de mano a los que encontramos en nuestro camino como para dejar un claro mensaje: Todo está bien.

Delante de todos sonreímos y abrazamos hasta a los que nos caen mal... ¿Qué buscamos? La aprobación ajena. Necesitamos urgentemente que crean que somos perfectos. Que somos santos. Que hoy hay ningún pecado escondido en nuestra vida. Que nuestro matrimonio marcha de maravilla. Que nuestros hijos son el epítome de la perfección humana...

¡Uff! diría mi mamá... Porque a leguas se nota que no hay nada bien. Que todo es pura ficción. Maquillaje puro.

Porque no está usted para saberlo ni yo para contarlo, pero las cosas se notan a leguas. Hay en nuestro cuerpo algo que se llama "lenguaje corporal". Cuando nuestros labios callan, habla nuestro cuerpo. Hay ciertas señales que el cuerpo envía para revelar lo que nuestra boca no quiere decir. Especialmente las mujeres. Son tan preciosas... que hablan con los ojos. Con las manos. Con el gesto. Las líneas de expresión son eso, precisamente: saben qué y cómo expresar lo que sienten sin palabras... Y, como decimos en Guatemala... allí es donde nos "queman" ante los demás.

Viene esto a colación porque hoy, leyendo mi lectura bíblica, me encontré con la famosa frase que Saúl le dice a Samuel: "He hecho lo que Jehová me mandó" Según Saúl todo está bien. Hizo lo correcto. Y hacer lo correcto es hacer lo que Dios manda. Y Saúl está seguro que lo hizo. No hay problema, Samuel, he cumplido Sus órdenes. Acabé con Amalec. Maté todo lo que me dijo y puedes estar tranquilo. He sido un hijo obediente. Soy el paradigma de la obediencia...

Pero Saúl no contaba con la sabiduría de su mentor. Según Saúl, a Samuel ya le fallaba el olfato. Quizá le falle la vista pero no el olfato.  Sabe reconocer los olores.  Y Samuel le suelta una buena reprimenda a su discípulo que está tratando de maquillar (¡otra vez!) su conducta pecaminosa...

¿Qué es ese olor, entonces? Porque a leguas se te nota el olor a rencor. A leguas se te nota el olor a cigarro. A muchas cuadras se te nota la ira contenida. El enojo contra tu esposo. Ni bien te ví, te noté las malas palabras que salen de tu boca. A cuadras se te nota que estás coqueteando con el pecado. Se nota que andas en adulterio. Tu sonrisa denota que estás peleando con tu esposa. A leguas se nota que el pastor te cae mal...

¿Qué es lo que huelo, Saúl? Porque aunque ya no veo bien... huelo bien. Y por aquí hay cierto olorcillo a pecado. Hay cierto olor a corrupción. Cierto olor a hipocresía. Cierto olorcito a engaño...

¿Tu dices que eres mi hermano en Cristo? ¿Y qué es esa manera de tratar a tus empleados entonces? ¿Qué es esa manera de tratar a tus hijos? ¿Qué es esa forma de vivir desordenada? ¿Qué es esa forma de tratar a otras personas que no piensan como tú ni se visten como tú?

Tengamos cuidado. Porque si Samuel tuvo buen olfato... imaginemos Dios: Él hizo el olfato...

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