EL PECADO MÁS GRANDE...

Sólo hay un pecado que dura para siempre: el pecado de decirme a mí mismo no hay ninguna razón para levantarme cuando me han derribado...
Porque: ¿Puedo seguir siendo tu hijo después que pequé, Señor?
¿Me sigues amando aún con todo lo que he hecho contra Tí, Señor?
¿Responderás mis oraciones aunque he dejado de orar, Señor?
He perdido el rumbo... ¿aún tengo cabida en tu Trono, Señor?
Me porté mal con mi esposa... ¿Me amas aún Señor?
Critiqué a mi hermano en la congregación. ¿Podrás escucharme todavía, Señor?
He sentido un tremendo deseo de quitarme la vida a causa de mis problemas... ¿Aún soy tu hijo, Señor?
Odio a mi suegra cuando nos visita. ¿Podré entrar a Tu Presencia, Señor?
No he sentido deseos de ir a la Iglesia. ¿Puedes perdonarme, Señor?
 
Estas y muchas cosas más vienen a nuestra vida. Somos derribados de nuestra Torre de oración. Nos quedamos dormidos todo el tiempo. Es la una, dos, cuatro, cinco de la mañana y preferimos lo caliente de las sábanas que levantarnos a orar y darle gracias al Señor cada día... y pasamos un día infernal. Somos derribados, caemos en la apatía, el cansancio de tener que escuchar una y otra vez al pastor con su mismo mensaje. Buscamos en la radio, la TV o los libros algo "diferente" a lo que me dicen en la Iglesia y no encontramos nada que satisfaga nuestro deseo de escuchar algo "nuevo"... nos deprimimos, nos sentimos derrotados, nos decantamos de la congregación y queremos quedarnos en algún lugar donde nadie nos conozca, donde nadie nos pregunte: "¿cómo le va"? para no tener que decir que no tengo ni la más pizca gana de ir a escuchar mensajes de "vida"... porque ya mi vida no es vida...
 
Y Satanás está ganando la batalla. Es una batalla que se libra en mi mente. Mi mente es su taller... Alguien dijo: "No puedo evitar que las golondrinas vuelen sobre mi cabeza, pero sí puedo evitar que hagan nido".  Pero, a decir verdad, muchas veces hacen nido. Y por mucho tiempo se quedan a vivir allí. Dando vueltas y vueltas hasta que sucede algo que me sacude y me hace volver a la realidad: Un mensaje, una Palabra, una visión, una oración, un abrazo, una sonrisa, una ofrenda, un "te amo" de alguien a quien he evitado ver a mi alrededor... Es Jesús. Es Jesús quien está ahuyentando las golondrinas que han hecho su nido en mis pensamientos y me ha derribado.
 
Y me dice que es hora de revisar mis pensamientos. Es hora de levantarme. Es hora de correr a Su Lugar de Reunión... donde cambia el corazón. Es hora de ir al Altar a poner la leña al fuego para que el Espíritu Santo la consuma y no quede nada de madera en mí... Es Jesús quien me abraza y me dice que recuerde lo que dice Su Palabra: ¿Quien me apartará del Amor de Dios? Ni la muerte ni la vida, ni lo alto ni lo bajo ni ninguna cosa creada...
 
El pecado más grande es creer que cuando le fallo a Dios ya no tengo remedio. Que lo he perdido todo, incluyéndolo a Él. Pero no, aún puedo levantarme, aún puedo ir a Su Presencia y decirlo lo mismo que le dijo el hijo pródigo: Padre, he pecado contra el Cielo y contra Tí... Y Él me entrará a Su Santa Morada y me dará de cenar...
¿No es maravilloso?
 
 
 
 

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