PADRE NUESTRO...

En mi niñez fue un rezo...
 
Lo aprendí en mis clases de catecismo en la parroquia de mi colonia. Mi papá, como buen militar de aquellos tiempos, nos obligaba a mi hermano y a mí a visitar la Iglesia de nuestra niñez para cumplir con los ritos de ella. Allí dí mis primeros pininos con la religión de mis padres. Mi mamá fue una excelente rezadora del barrio. La llamaban para dirigir los rezos en cualquier ocasión: velorios, día de difuntos, cuaresma y otras más.
 
Y nosotros, sus pequeños, íbamos a donde ella iba... Crecimos rezando. Aprendimos viendo. De manera que cuando ya fui joven, siempre recé. Me supe de memoria todo el libro de rezos de mi religión... Y, cuando tenía problemas... rezaba. Cuando pecaba... rezaba. Cuando me involucré en rebeldía... rezaba. Cuando engañé... recé.
 
Pero conocí a Jesús en Persona. Y dejé el rezo. Ahora... oro. Y eso cambió mis paradigmas. Cambió mi vida. Cambió mis expectativas. Cambió mi presente y mi futuro... Ahora oro. Ya no repito, ahora platico con Dios. Ahora entiendo lo que es estar en Su Presencia y abrir mi corazón. Aprendí algo diferente. Y empecé de cero... Con el Padre Nuestro.
 
Resulta que Jesús me dice que cuando ore (no rece), diga esto: "Padre nuestro, que estás en el Cielo. Santificado sea tu Nombre. Venga tu Reino y hágase Tu Voluntad, así como en el Cielo, se haga en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdona nuestros pecados, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden..." ¡Un momento! Todo está bien en mi oración... hasta que llegué a la última línea... ASÍ COMO NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN... ¿Qué quieres decir con eso, Señor? ¿Significa que si yo no perdono... Tú no me perdonas? ¿Quiere decir que tu perdón está supeditado a que yo perdone antes? ¡Pero si he rezado esta oración por años...! ¿Por qué nunca había visto este pequeño pero gran detalle? ¡Ah! porque ahora no repito. Ahora escucho. Ahora analizo. Ahora pongo mi atención en cada palabra...
 
Y me entero que había estado engañado con ese sistema. Ahora que hablo con Dios cara  cara, me doy cuenta de pequeños detalles que hacen una gran diferencia... Y aprendí que si quiero que el Padre me perdone, hay una condición: Primero debo poner mi parte. Al igual que con la resurrección de Lázaro: ustedes quitan la piedra y yo lo resucito... Ahora sé que me dice lo mismo con el perdón: Tú perdonas a los que te ofendieron... y Yo te perdono lo que me ofendió. ¿Está claro, mi querido lector? Ahora podemos comprender lo que dice de la ofrenda: Si al traer tu ofrenda al altar te recuerdas que alguien tiene algo contra tí, vé y ponte en paz y luego regresa. ¡¡¡Uyyyy! Y yo que creí que a Dios le interesaba mi ofrenda. Creí que estaba ansioso por mi dinero... ¡Cuán equivocado estaba!  Primero debo pedir perdon, primero debo perdonar a cualquiera que me haga algo que no me gusta... y después voy al alfolí a dejar mi ofrenda...
 
Sigo siendo un hombre de oración. La oración para mí es como respirar... Solo que ahora lo hago con el entendimiento. Y eso me guía por el Sendero de la Verdad. Y el Padre, cada día que me reúno con Él en mi lugar secreto, me vuelve a preguntar: ¿Perdonaste, querido Carlitos? Si tú perdonaste... Yo estoy listo para perdonarte a ti...
 
¿Cambia en algo su percepción de lo que es rezo y oración, entonces...?
 
 




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