EDIPO...

Una tragedia escrita por el griego Sófocles sobre la vida de un desventurado príncipe de Tebas, hijo de Layo y de Yocasta. Según la tragedia, este príncipe va huyendo de su destino. Un oráculo había profetizado que sería el asesino de su padre y esposo de su madre. Lo admirable de esta tragedia es que, el joven, para huir de su sino, cada vez que llegaba a una intersección de caminos, daba vueltas sobre el centro del vértice y hacia donde quedara su vista para allí iría, dejando al mismo destino que lo dirigiera hacia donde debía cumplir la profecía. La historia sigue y se cumple lo predicho: En el camino mata a Layo su padre y al llegar a la ciudad se enamora y se casa con Yocasta su mamá. Cumple su destino...
 
¿Y nosotros? No vivimos tragedias griegas. Tampoco nos vamos a la esquina a ver hacia donde caminamos para cumplir nuestro destino o para alejarnos de él. Pero sí estamos sujetos a una Voluntad: La Perfecta y Buena Voluntad de Dios. No podemos huir de ella. El Señor, dice la Biblia, es nuestro Pastor y nada nos faltará. No es huyendo de Su Voluntad como vamos a hacer prosperar nuestras vidas sino al contrario: obedeciendo Su Palabra, sus mandatos y preceptos.
 
Edipo termina su vida ciego y exiliado. Los griegos eran y son trágicos. Nosotros somos de Cristo. Y Cristo no es griego. Él es Dios. Él tiene un plan para nuestras vidas. Si no me cree, recuerde lo que dice: Porque Yo tengo planes de bien y no de mal para vosotros, para darles un futuro y una esperanza... ¿Cuál es el futuro que usted espera? Dios se lo concederá. ¿Cuál es su esperanza? Dios se pondrá de acuerdo con usted para concedérsela.
 
Caleb es un buen ejemplo de lo que le digo. Durante cuarenta años había esperado el momento de tomar en propiedad la tierra que sus pies habían pisado en la ocasión en que los espías habían ido a ver cómo era la tierra prometida. Él había estado en Hebrón. Cuando llegó a ese cerro, recordó la promesa de Dios: Toda tierra que pise la planta de tu pie será tuya... Y Caleb lo creyó, lo guardó en su corazón y a los ochenta años reclamó su promesa. ¿Qué hizo Josué? No tuvo más remedio que cumplir lo prometido por Dios. Le dio Hebrón. Consiguió que su futuro se cumpliera pero hizo algo durante cuarenta años: esperó, esperó y obedeció. Me imagino a Caleb, cada vez que daban una vuelta al desierto y pasaban por la frontera de Canaán y miraba el bendito cerro llamado Hebrón, hablaba en su corazón: Esa tierra es mía. Yo estuve allí. Mis pies caminaron por allí. Esa tierra me pertenece...
 
Y Dios, dice la Biblia, le dio a Caleb su herencia. Su tierra. La misma que cuarenta años atrás había visitado. Pero su confesión no cambió todo ese tiempo. Caleb recordó la promesa y la repitió una y otra vez. Esa tierra es mía. Dios me la dio. Dios me la entregó. Dios me la prometió...
 
¿Qué dice usted cada día que amanece? ¿Reclama sus promesas diarias? ¿Confiesa con su boca lo que cree en su corazón? Por ejemplo aquí hay algunas:
Jehová es mi Pastor, nada me faltará...
Dios es mi amparo y fortaleza...
Jesús es mi Amigo Fiel...
De tal manera me amó Dios que mandó a Jesús por mi...
Soy heredero de las promesas de Abraham...por lo tanto, soy bendito y bendición...
 
¿O, como Edipo, está huyendo de su destino que es ser feliz y placentero en las Manos de Dios? ¿Está en los vértices del camino buscando dónde encontrar la paz para su vida? ¿Está permitiendo que los cruces de la vida definan su futuro? Mejor haga lo que yo hice hace ya treinta y cinco años: Abandonarme en las Manos Benditas de mi Jesús. Él me guía y me conduce a delicados pastos...

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