SEÑOR, SI QUIERES... (Mat. 8:2-4

Dios siempre nos sorprende con las cosas que hace a través de Jesús. Cuando creemos que nos va a aparecer por la derecha, nos sorprende por la izquierda. Nunca sabemos como serán las cosas y lo mejor es que dejemos todo en su Perfecta Voluntad. Él sabrá cómo tratar con cada una de nuestras necesidades...
Yo, por ejemplo, tengo años de luchar con algunas zonas grises de mi corazón. No logro vencerlas por más que lucho. ¿Leyó mi blog de ayer? allí traslado lo que me sucede cuando soy vencido por el mal. Y hoy me encontré con esta porción que el leproso le dice a Jesús: "Señor, si quieres, puedes limpiarme".
Lo que sigue a continuación me alienta a esperar yo también que el Señor un día pase a mi lado y yo pueda pedirle lo mismo. Porque yo, como Pablo, como Pedro y quizá como usted, no logro vencer ese gigante que se levanta cada mañana y me amedrenta y me gana la batalla muchas de las veces... pero, como el leproso, guardo la esperanza de que un día suceda el milagro que estoy esperando. Ser totalmente limpio. Poder decir, como David: "Mira mi justicia..."
 
Lo interesante de esta historia es como el Señor le ordena al ex-leproso que actúe en consecuencia de su sanidad: No hagas nada, no digas nada, solo ve al sacerdote y muéstrate a él... ¡Sorprendente!, ¿verdad? Me parece que a Jesús le agrada más que nos vean a que nos oigan. Estoy seguro que Él ya conocía el dicho que dice: Tus hechos gritan tanto que no escucho tus palabras...
 
Este hombre era leproso. Todos le huían. Le tenían asco porque era un ser contaminante. Su lepra era transmisible, como la nuestra aunque no se vea. No podía entrar el Templo porque lo contaminaba y la Ley se lo prohibía. No podía entrar a su casa porque había que tirar todo lo que tocara. No podía besar a su esposa ni a sus hijos. Es más, tenía que tocar su campanilla y anunciar cuando caminaba por las calles de su ciudad: "¡leproso, leproso, inmundo!" para que todos se apartaran...
 
Todos se apartaban. Menos Jesús. Jesús lo tocó. Jesús hizo lo que muchos se negaban a hacer. Tocarlo. Sin miedo a ser contaminado. Sin temor a ser contagiado. Al tocarlo, en ese suave gesto la sanidad brotó de las manos de Jesús y el leproso ya no fue leproso.  El toque de Jesús lo limpió. ¿No será que muchos de nosotros necesitamos un pequeño toque para sanar nuestros miedos? ¿No será que en las congregaciones debe enseñarse a que los hermanos se saluden con un pequeño toque para sentirse amados y sanos? Volviendo al ex-leproso... cuando vio su piel limpia y rosada como la de un niño, se postró ante Jesús. Le hubiera gustado quedarse allí por la eternidad, pero Jesús tiene algo más en mente...
 
Levántate y vete... no hables, solo que te vean. El mejor testimonio que puedes dar sobre lo que Dios hizo en tu vida no es hablarlo, es mostrarlo. Ante el milagro de tu sanidad sobran las palabras. Es más, no te van a creer, mejor no hables, solo muéstrate. Que te vean, que te palpen, que te toquen...
 
Yo espero ese día en mi vida. Mientras tanto, cada día que amanezco y abro mis ojos, le ruego al Señor si posiblemente hoy, si quiere, puede limpiarme...  Yo lo espero, no sé usted...
 

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