¡MISERABLE DE MI...!

Parece un insulto pero no lo es.
Es el grito angustioso de un corazón que se siente inútil ante la demanda de fidelidad de Dios hacia nosotros, sus ministros...
Es el grito dolorido de un alma que quiere hacer la Voluntad del Señor y termina haciendo su propia voluntad...
Es el alarido que sale de lo profundo de una vida que se ha consagrado lo más que puede para agradar a su Dios, pero que todos sus intentos se ven inútiles cuando la naturaleza sale a luz...
 
Es Saulo de Tarso, el erudito, el perito arquitecto que Dios nombró para que le diera forma a su Iglesia naciente. Es el estudioso de la Torá, el que fue llevado al tercer cielo y le fue mostrado algo que nunca nos pudo explicar porque no halló palabras humanas para hacerlo. Es Saulo de Tarso, mejor conocido como Pablo, el judío más sabio entre los de su tiempo, conocedor de la naturaleza humana, conocedor de los misterios del corazón que, un día está adorando y el otro está odiando...
Es Pablo, el gran apóstol a los gentiles que un día rechaza al joven Juan Marcos y años después lo necesita a su lado...
 
Pero también soy yo, quien escribe porque me identifico con ese hombre que fue valiente y no escondió su debilidad. No ocultó su naturaleza tan humana como la mía, y quizá como la suya. Soy yo quien también grita desde lo profundo de mi ser que, cuando trato de agradar al Señor es cuando más lo defraudo, cuando más le fallo, cuando más lo niego como Pedro...
 
También de mi corazón traicionero salen esas palabras que rebotan en la inmensidad del tiempo, esa convicción de que soy lo mismo que el insigne apóstol, que un día me encuentro adorando al Creador y al otro me encuentro haciendo lo que no debo hacer...
 
El poeta dijo: "Dichoso el árbol que es apenas sensitivo, y más la piedra dura porque ésta ya no siente... pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, ni mayor pesadumbre que la vida consiente..." ¿qué quiso decir? Lo mismo que decimos Pablo y yo: que cuando hacemos esas cosas feas no hay nada que nos pueda hacer sentir vivos... excepto Jesús. Por eso fue necesario que viniera el Hijo del Hombre, para hacernos sentir que sí vale la pena el estar vivo. Para el poeta fue una tragedia... para nosotros es una nueva oportunidad. Sin embargo, en esos momentos en los cuales nos sentimos miserables de fallarle a Aquel que solo amor nos da, a Aquel que dio a su Hijo para ser entregado a la muerte, a Aquel que nos da un nuevo amanecer, cuando le fallamos de hecho o por accidente, no podemos dejar de sentirnos miserables, pobres, anodinos e inútiles.
 
Pero, como Pablo, yo también doy gracias por Jesús... aunque en la boca me queda un sabor amargo cuando mi vieja naturaleza me traiciona y me hace tropezar.
 
¿Por qué escribo esto? Tal vez porque hoy alguien necesita nuestra mano para levantarse y repetir las mismas palabras de consuelo... ¡Gracias por Jesús...!

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