MI DIOS, PUES...

Cuando ya no seamos egoístas, egocéntricos y ambiciosos... entenderemos lo que Pablo le dijo a los filipenses: "Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falte..." Según los niveles de interpretación bíblica, aquí tenemos uno que ha sido enseñado desde la perspectiva de que Dios suplirá todo lo que yo necesite para llenar mis deseos. Es cierto. Él lo ha prometido. Pero también es cierto que el segundo gran mandamiento es amar al prójimo como a mí mismo. ¿Qué hacemos con esto?
Fue lo que hizo el centurión de Mateo 8:5. Notemos que este centurión tenía un cariño muy especial por sus servidores. Para este romano ellos no eran los sirvientes simplemente. Eran personas de carne y hueso. Eran personas dignas de respeto y compasión. Vemos que aún en medio de un mundo pragmático como el de aquellos tiempos, habían pedazos de tierra noble como el corazón de este militar. Este hombre, aún siendo formado en la disciplina militar tenía un apego por sus siervos. Su necesidad era la de él. Su enfermedad era la de él. Su familia era su familia... De modo que cuando oye hablar de Jesús y que anda por Capernaum, su ciudad, lo busca con un interés como si el enfermo fuera de su propia familia. ¿Por qué no mandó a un soldado? ¿Por qué no dejó de lado al enfermo y siguió con su rutina? ¿Qué lo motivó a ir personalmente? Creo que para darnos una buena lección. Para enseñarnos algo que está bajo la tinta: Compasión por los demás. Hacer mío tu problema. Hacer mía tu necesidad. En una palabra: amarte como yo me amo... Eso fue lo que hizo este romano que no era evangélico. Por eso buscó a Jesús. Ahora leamos sus palabras: "Señor, mi siervo yace en la casa paralítico, gravemente atormentado" Y seguidamente Jesús le responde: "Yo iré". ¡Ajá! ¿En donde está la palabra que diga que por favor vaya y lo sane? ¿En donde está la petición directa del centurión? Él nunca le pidió a Jesús que fuera a su casa, él solo le mencionó que su siervo estaba enfermo. Nada más... Sin embargo Dios, en su infinita Misericordia entiende el mensaje. Lee entre líneas lo que el hombre le está pidiendo. Este rudo militar ha hecho suyo el problema de su servidor. Y Jesús responde como solo Él sabe hacerlo. Él irá y lo sanará.
 
¿Qué sabía este hombre que nosotros no sabemos? Sin duda sabía que mi Dios, pues, suplirá todo lo que me haga falta. Y, Jesús, me falta la sanidad de mi siervo. Es decir, a mí, a mí, personalmente no me falta nada, pero a mi siervo si. Y como él está enfermo, yo también estoy enfermo. Como mi siervo está postrado en cama, yo también estoy postrado en cama, Jesús. Su necesidad es la mía. Su dolor es el mío. Su postración es la mía.
 
Cuando yo comprendí este misterio, empecé a hacer mías las necesidades de algunas personas. Y, como este militar, siendo yo también militar, ahora voy con Jesús y le digo las mismas palabras: Mi hermana Elsy, Señor, necesita sanidad en sus riñones y yo no estaré completo hasta que Tú la sanes. Mi hermana Norma Vásquez, Señor, está pasando tribulación, y mientras tú no la sanes yo no estaré sano. Mi hermano Víctor no tiene trabajo, y mientras Tú no le proveas uno, yo no estaré tranquilo... Me di cuenta que mientras hago estas oraciones la lista de personas con necesidades van aumentando y yo me voy sintiendo más y más identificado con ellas... Y, lo menos que espero es que, como al centurión de la historia de Mateo, Jesús me diga lo mismo: Yo iré y los sanaré...
 
Y así como Jesús sanó al siervo del centurión, sé que también sanará a los amigos y hermanos de quienes he hecho mías sus necesidades. Yo, gracias al Señor, estoy sano, pero me falta la sanidad, la restauración, la prosperidad, la libertad financiera, la paz de muchos otros... Pero sé que mi Dios, pues, suplirá todo lo que me haga falta, según sus riquezas en Gloria. Bendito Pablo que nos dejó aclarado este misterio... Y bendito el Señor porque cuando le pedimos para otros... Él irá y lo hará...

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