EL NIÑO...

Se quedó sin nada.
Era la merienda que su mamá le había puesto para que la compartiera con su papá al momento del almuerzo.
El lugar está desierto, no hay donde conseguir comida, es de noche y todo está en contra de cualquier acto de fe. Habría que cuidar la comida porque no habrá donde reponer lo que se coman...
Sin embargo este niño del que no se nos da el nombre (a la final los nombres no importan, excepto lo que hacen sus dueños), se arriesga a quedarse sin nada. Unos hombres se le han acercado y han visto su canasto en donde hay cinco panes y dos peces lo cual era todo lo que tenían para comer...
 
Esos hombres ven su comida con ojos de incredulidad. La incredulidad que muestran no es porque sean cinco panes y dos peces, sino porque están pensando en qué pueden hacer con eso habiendo tantas personas alrededor y que están esperando a que alguien les alimente...
 
Son los apóstoles del Cordero. Los encargados de darle de comer a la gente. Pero esos encargados no tienen nada que dar.
 
Sin embargo entre la multitud hay un niño que sí tiene. Y ese niño no reniega ni dice nada cuando los valentones le piden su canasto. El niño no les niega nada. No reclama. No alega que es SU comida. No los mira con desconfianza. Claro, es niño. ¿Qué niño es desconfiado? ¿Qué niño no se deja llevar de la mano por un adulto? Los niños creen en todo lo que se les dice. Los niños no razonan si es cierto o mentira. Los niños dan sin pensar en recibir. Los niños viven en ese estado de inocencia entre el bien y el mal. El niño no pensó en él, solo se dejó llevar. El niño no pensó en su padre. El padre no se menciona porque sin duda no hubiera dado su comida... por eso la Biblia solo nos habla del niño. Los niños dan y solo eso. Dan abrazos, besos, sonrisas, dan vida...
 
Eso fue lo que hizo el niño de los evangelios. Ese niño se soltó de la mano de su padre y soltó la canasta donde estaba su sustento para dárselo a Jesús. El niño hizo el milagro de llevar comida para que Jesús la multiplicara. El niño se desprendió de su alimento para dar alimento a los adultos. Así son los niños con nosotros... nos dan de su inocencia para que vivamos su inocencia. Nos dan su gozo para hacernos gozar, nos dan su vida para que vivamos...
 
Por eso dijo Jesús: El que se haga como uno de estos niños. Porque somos demasiado adultos. Hemos perdido con la niñez que se fue, las sonrisas, la alegría, la inocencia, el compartir el pan... hemos perdido la fe en los demás. No nos dejamos abrazar porque tenemos miedo. No nos dejamos amar porque desconfiamos. No nos dejamos tocar porque tememos. No nos dejamos llevar por Jesús porque dudamos. No damos porque tenemos miedo de quedarnos sin nada...
 
El niño fue niño. Solo eso. Y eso lo puso en la lista de los famosos de la Biblia... Desde el cielo ese niño anónimo debe estar viéndonos a nosotros los adultos y quizá una sonrisa de incredulidad aflorará de sus labios cuando nos ve guardar el pan que se enmohece, guardar los peces que se pudren, guardar el dinero que se corrompe, guardar los abrazos que se oxidan, guardar los besos que se endurecen...
 
Ese niño, sin saberlo, alimentó a cinco mil hombres que dejaron de ser niños. Alimentó a cinco mil mujeres que dejaron de ser niñas y seguramente... a cinco mil niños que dependieron de su canasto...
 
¿Y nosotros...? ¿Cuando vamos a ser niños como él...?

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