GADARA
Usted no me la va a negar pero hay lugares que todos evitamos.
No nos sentimos cómodos cuando tenemos que ir a alguno de esos lugares que dan ñañaras.
Lógicamente los evitamos a toda costa. Ya sea por la violencia, por la mala fama o porque no son lugares que nos agraden. Y tampoco nos atrevemos a acercarnos siquiera. Y, si por mala suerte allí vive alguien a quien le tenemos algo de cariño pensamos y repensamos ir a visitarle. Mejor nos citamos en otro lugar más "cerca" pero evitamos ir a su lugar de vivienda. Por mucho amor que le tengamos a ese alguien. Gracias pero mejor nos vemos en otro lugar...
Eso le pasaba a los judíos del primer siglo. No los juzguemos tan a la ligera. Tenemos con ellos algo en común. No nos gustan los riesgos.
Los judíos en mención evitaban a toda costa ir a Gadara. Es cierto que ese lugar gozaba del privilegio de tener una economía bonante. Era una de las diez ciudades griegas o Decápolis. El turismo no era su fuerte pero las ventas de sus productos alcanzaban cifras de tres ceros para sus habitantes...
Eran productores de carne porcina.
Y eso era suficiente para que fueran abominables para los judíos. Ningún heredero de Abraham que fuera digno de ese abolengo pensaría jamás en acercarse a sus fronteras. Eran odiosos criadores de cerdos. Su territorio estaba infestado no solo de cerdos sino también de demonios. Cuidado con acercarse pues te puedes contaminar. O, lo menos que te puede suceder es que se te pegue el olor a cerdo. Y la Torá es clara en cuanto a ese animal inmundo. Nadie en su sano juicio iría a ese lugar horrendo. Sus habitantes no son gentes... tienen que ser de otro tipo para vivir entre animales prohibidos por la Ley de Moisés. Dios tenía que odiarlos por su dedicación a ese tipo de alimento. O, por lo menos, se cree que Jehová no visitaría nunca esa región. ¿Te imaginas elevar una oración en la mesa dando gracias al Creador por los alimentos inmundos? ¡Era inconcebible! Dios no pudo haberlos creado. No es posible que allí haya alguien que se digne en merecer un pequeñísimo favor de Dios... No, ni tan siquiera uno. Todos son sucios y no merecen la Misericordia del Creador Jehová...
Pero Dios se vistió de hombre. Caminó entre nosotros. Tomó forma de hombre y vivió, sudó, comió, durmió y caminó como hombre... Y un día sucedió lo inimaginable... Dios hecho hombre visitó Gadara. Había uno que necesitaba urgentemente su Favor. Llegó a sus playas, caminó unos cientos de cuadras y llegó a la casa donde vivía ese uno... A Jesús no le importó el hedor del lugar. No le impresionó el olor del hombre del cementerio. No lo asustaron los demonios. No se dejó impresionar por la dureza de sus habitantes. No se enojó con ellos. No perdió los estribos. No dejó de ir a ese barrio tan feo para cualquiera... menos para Él. Él tenía algo que hacer en ese lugar. No era comer chicharrones ni jamón ni chorizos... era liberar a uno que necesitaba ser transformado para transformar a una familia, un barrio, una colonia, una ciudad...
Y hasta el día de hoy nos deleitamos con la historia del gadareno y los cerdos que se fueron al precipicio. Lo que no soportaron los cerdos lo soporta el hombre. Curioso, ¿verdad? Jesús si puede ir a esos barrios que nosotros evitamos... Mejor dicho... Él sí fue a nuestro barrio y nos encontró a nosotros... ¿no cree...?
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