LUGARES ALTOS

 

2 Reyes 14: 4 Con todo eso, los lugares altos no fueron quitados, porque el pueblo aún sacrificaba y quemaba incienso en esos lugares altos.

 

Períodos de vergüenza para el pueblo de Dios. De tiempo en tiempo, aquel escogido pueblo de Dios volvía a sus prácticas paganas y ofensivas para Dios. Con qué facilidad le daban la espalda a su Señor cuando olvidaban que en esos lugares altos no debía ofrecerse sacrificios ni altar al Celoso Dios de Israel. Varias veces les había advertido de no hacer de sus Aseras un lugar de adoración. Sin embargo, la necedad que está ligada al corazón del hombre, les hacía una y otra vez volver a los mismos hábitos: Buscar esas sendas escondidas y ocultas para irse a los vergonzosos lugares altos a ofrecer incienso y sacrificios a dioses extraños. A adorar su árbol de Asera. Y lo más vil, ellos creían que Dios no lo sabía. Craso error. Dios lo ve todo. Si no lo cree, pregúntele a David seduciendo a Betsabé.  O a Sansón jugando con Dalila.

Eran tiempos antiguos, me dirá usted que lee esto.

Eran los del Antiguo Testamento, me dirá el estudioso de la religión.

Eran los rebeldes de antaño me dirá el guardián de la moral religiosa.

Eran los ignorantes de la voluntad de Dios, me dirá el pastor pulcro y bien vestido…

Entonces, hablemos de hoy. Mejor dicho, de nosotros…

 

Porque al igual que aquellas gentes de antaño, nosotros también tenemos nuestros lugares altos. Me explicaré:

En los clósets de nuestros corazones tenemos algunos lugares que nadie conoce sino solo nosotros. Es decir, nosotros y los Ojos de Dios. La diferencia es que hoy, no somos como los israelitas de la antigüedad. No. Hoy visitamos esos lugares altos que se llaman moteles pero en carros bien polarizados. No vamos a los montes sino a los bares disfrazados de clientes. No nos arrodillamos ante un árbol sino ante una pantalla de TV para ver pornografía. No quemamos incienso a los baales pero le quemamos el corazón a nuestra familia con nuestro lenguaje profano. No llevamos leña para el fuego espurio pero encendemos la rebeldía en nuestros hijos a causa de nuestro mal carácter. Visitamos esos lugares altos en nuestra oficina cuando coqueteamos con la mujer del prójimo, cuando hacemos esas llamadas lujuriosas y lascivas a la empleada de menor rango, cuando le deseamos mal al compañero de oficina, cuando le atravesamos el vehículo al peatón para "asustarlo", cuando no cumplimos la Palabra de Dios de amar al prójimo.

Y lo hacemos oliendo no a pecado sino a una buena loción. A un buen perfume. Vestidos con ropa de marca. Luciendo nuestra mejor sonrisa. ¿Quién se puede imaginar de donde hemos venido si olemos bien? ¿Si vestimos bien? ¿Si sonreímos bien?

¡Cuidado hermanos en Cristo!. No somos diferentes a los que llegaron a Canaan a fundar Israel. Pregunto: ¿Cree usted tener algún lugar alto en su corazón?

Aunque, después de leer esto, quizá usted llegue a la misma conclusión que yo: Tenemos lugares altos que visitamos una que otra vez. No nos extrañe entonces que Dios no está muy contento con nosotros… Estamos en las Manos de un Dios celoso. La santidad es una orden  exclusiva a los hijos de ese Dios. ¿Es usted hijo de Dios? Tiene y debe ser santo para Él. Solo para Él.

Evite, en lo posible, abrir  esos clósets donde se esconden esos lugares altos y verá su vida que rebosará de abundancia.

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