LA TRAICIÓN...

¿Qué me dan y se los entrego…? Fue la infame pregunta que salió de sus labios aquella tarde de un jueves. 

Frente al sanedrín, ese poderoso grupo colegiado de fariseos y doctores de la Ley, los cuidadores de la moral del pueblo, los vigilantes de la honestidad, tenían ante ellos a un hombre que se veía cansado, frustrado y enojado.

Estaban tratando de llegar a un arreglo beneficioso para todos: Uno de ellos, había ido a vender a su amigo, maestro y guía. Los otros, necesitaban calmar no solo sus conciencias sino también a esa chusma que se estaba yendo detrás de él y abandonaba su asistencia al Templo, habían bajado los sacrificios y ya no había mucha leña para que los sacerdotes mantuvieran sus deberes en el Centro de la Alabanza a Jehová…

Todos estaban furiosos. El primero porque se sentía engañado. Su amigo, aquel rabino que había repetido varias veces que iba a libertar a los cautivos, resultó al final que iba a ser crucificado. ¿Cómo se le ocurría semejante afirmación? Sus Palabras no estaban acorde a su confesión anterior. Morir crucificado significaba cruz. Significaba suplicio. Significaba derramamiento de Sangre. Y, supuestamente, los libertadores no morían en un madero. Morían con las botas puestas y la espada en la mano. No morían colgados. Algo no encajaba en todo aquello. Aquel que le habían dicho que era el Mesías de Israel y al que gustosamente había seguido todos aquellos años, ahora había empezado a decir que los sacerdotes y doctores lo iban a matar. Entonces: ¿De qué liberación había hablado? O sea que lo había engañado abiertamente. Por eso estaba allí en aquella sala haciendo un trato comercial…

Los otros estaban furiosos porque aquel hombre que había salido de a saber qué lugar, se autodenominaba Mesías. ¿Sabía él lo que ese título significaba? ¿Acaso no sabía que estaba profanando ese título? ¿Ignoraba acaso que Mesías significaba "Enviado"? Y, por supuesto, "Enviado de Jehová". Y, para colmo de males, su conducta era todo menos mesiánico: comía con pecadores, no se lavaba las manos antes de comer,  se dejaba tocar por mujeres inmundas, entraba a casas de esos gentiles que eran unos inmundos perros. ¡Ah! Y tocaba a los leprosos. ¡No!, ese hombre no podía ser Mesías. El Mesías que ellos esperaban era todo lo contrario. Su Mesías debía venir en un caballo blanco, no en un burro. Debía haber hablado con ellos y no con el populacho. Debía haberles llevado a derrocar a ese pecador de Herodes, no a consentir con él y enseñar que se le respetara. ¿Qué se creía? ¡Había que quitarlo de en medio…!

Así estaban las cosas… Cada uno con sus argumentos, cada uno con sus excusas para cometer el más infame de los delitos: Castigar a un inocente. Porque ellos sabían que era inocente de todo y de todos…

Judas tenía sus excusas: Había sido humillado en el caso del perfume. Se sintió rechazado por no ser del grupo íntimo. Necesitaba dinero. Los sacerdotes lo habían obligado a hacer aquello. El diablo lo "tocó". Tenía muchas deudas. Fue niño abusado. Tenía síndrome de traición. No tuvo un buen padre. No previó las consecuencias de su acto. Los demás discípulos lo rechazaban pues lo miraban con "malos ojos". Nadie lo saludaba cuando entraba al aposento…  Todo eso lo iba pensando camino al árbol con un lazo entre las manos…

Una pregunta a usted que me lee: ¿Cómo queda su conciencia después de haber "vendido" a alguien en aquella reunión social de la iglesia? ¿En qué se va pensando camino a su casa después de haber compartido con el grupo de "amigos" a quienes no les cae bien el pastor? ¿Cómo duerme esa noche? ¿Qué sabor le queda en la boca después de haber desnudado a aquella hermana con sus comentarios?

¿Qué excusas se dice usted mismo para justificar su conducta? ¿Será que nos parecemos a veces a nuestro personaje anterior?

Interesante pregunta, ¿verdad?

Comentarios

Entradas populares de este blog

LA NIÑERA Y SUS "BUENAS" INTENCIONES... (Parte 1)

DESATADLO Y DEJADLO IR. (Jn. 11:44)

PASAS Y MANZANAS