ESA SONRISA...
Siempre lo había visto de mal genio.
Era difícil que brotara alguna sonrisa en su rostro. Sus hijos hasta le temían y ella se había conformado a verlo siempre ceñudo, malhumorado y con un carácter áspero.
Por eso, hoy, está asombrada de verlo con ese rostro iluminado, lleno de paz a pesar de las circunstancias, pero asombrada de observar en sus labios esa sonrisa que le envía desde lejos…
Piensa en que el lugar que se encuentra es el menos indicado para sonreír, pero no importa –se dice ella-, debe haber sucedido algo que impactara su vida de tal manera que desde su interior, ese interior que siempre había estado lleno de rencores y traumas, ahora brotara esa paz que le llenaba no solo la mirada pero también el rostro… ese rostro que tantas veces vio con una sombra de soledad, rencor y ansiedad.
La gente a su alrededor llora y gime de dolor. Ella está impactada. Está tratando de analizar las palabras que le dijo el otro hombre que se encuentra a su lado para que su semblante esté tan cambiado. Ese otro hombre, su vecino, debe haberle dicho algo que ella no comprende, pero que le ha hecho tanto bien… En silencio eleva una plegaria por el vecino de su marido por las palabras que le ha dedicado y que ha dulcificado su instante… Ese instante que ella espera sea eterno.
Allí, de pie, observando el espectáculo, en medio de toda aquella gente, recuerda el pasado, cuando ella y él trataban de ser felices. Recuerda cuando, la última vez que lo vio salir de casa, su pequeña hija le rogó que no fuera a la calle. "Papito –le dijo la pequeña-, no quisiera que salieras hoy, tengo un mal presentimiento" había rogado la niña. Y ella, como dulce compañera de ese padre empedernido, que buscaba siempre la forma de salir adelante con sus problemas, había secundado el ruego. "No vayas" –le suplicó-, pero él no quiso atender los pedidos y había salido a cumplir su deseo. Afuera le esperaban sus amigos de siempre, aquellos amigos que lo habían impulsado a buscar ese estilo de vida que ella temía que cualquier día la ley castigaría. Ni modo, siempre que regresaba llegaba con el dinero que servía para los alimentos y los gastos de la casa. Ella siempre había sospechado que ese estilo de vida no era bueno, pero la situación en la calle estaba difícil. No era nada fácil para hombres como él, de muy poca educación, conseguir un buen empleo y dedicarse a hacer alguna labor que no significara peligro. Lo amaba con todo su corazón y había terminado por acceder a su forma de agenciarse los centavos. La hija que había procreado desde hacía unos años eran los ojos de él. Siempre que llegaba a casa después de sus correrías nocturnas le llevaba algo especial. Una joya, un perfume o un nuevo vestido. Y su niña disfrutaba aquellos momentos, ignorante de la forma en que aquel padre conseguía todo eso.
Por eso no se asombró el día que leyó el periódico y vio la foto del hombre que amaba. No fue sorpresa para ella saber que la policía del pueblo lo había apresado. El juicio fue breve y la condena implacable. El jurado se había ensañado con él pues algunos de ellos habían sido sus víctimas y ahora era la hora de ajustar cuentas: Muerte, había sido su veredicto.
Son las tres de la tarde y todo está sorprendentemente oscuro. El sol se ha escondido y todo parece en calma, como en calma está su querido esposo ahora en esa situación. Pero él está tranquilo y eso la tranquiliza a ella. En su mirada hay una paz que ella no sabe de dónde sale. Piensa que esa paz viene de las palabras que escuchó decir al hombre de al lado: "Hoy estarás conmigo en el Paraíso…" Esa promesa hizo que el padre de su pequeña la mirara con una mirada de esperanza. Una esperanza que ella también desea encontrar…
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