EL PRECIO DE SOÑAR... (Gén. 37:5)

 

Dicen que soñar no cuesta nada.

Pero eso no es cierto.

 Si usted no tiene sueños no tiene ilusiones y, por lo tanto, no tiene futuro. Los sueños que tenemos son los trampolines que Dios usa para elevarnos, para catapultarnos hacia un horizonte de grandeza, de triunfos y de éxitos. Todos tenemos esa clase de sueños. Soñamos con llegar a ser grandes en alguna área. Grandes  como Ghandi. Como la Madre Teresa,  como Pablo de Tarso, como Luther King o Mandela.  Ellos fueron grandes soñadores que lograron metas. Impactaron su sociedad y su tiempo. Estuvieron ante reyes y gobernantes poderosos. Influenciaron multitudes y se ganaron el respeto de las muchedumbres. Todos ellos, los que menciono y muchos más, tuvieron un ingrediente en común: No claudicaron. Fueron mesmerizados por Alguien más grande que ellos.   A pesar de las amenazas, naufragios y asesinatos, no claudicaron. Y no lo hicieron porque fueron soñadores de sueños celestiales. Tuvieron la fe de que sus sueños venían del mismo Estrado de la Gloria Celestial. Y hoy, el presente nos confirma que esos sueños fueron de Dios. La India es un país libre. Calcuta tiene menos leprosos. El cristianismo invadió todo el mundo y la igualdad racial es un hecho…

Hay gente que  tiene otros sueños. Sueñan con un mejor futuro para sus hijos. Con una mejor casa. Con más dinero. Con un mejor vehículo. O con un mejor cónyuge. Les felicito. Sigan soñando. Un día sus sueños se harán realidad. No claudiquen.

Jesús tuvo un sueño: Liberar  al hombre del yugo del pecado. Y pagó un precio. La Cruz. Derramamiento de sangre inocente. Crueles latigazos, escupitajos, insultos y bofetadas. Pero, a pesar de todo eso, no claudicó. Y nos dejó el ejemplo a seguir.

Quizá por eso los grandes que sueñan en grande tienen que pagar un precio también. ¿Acaso no lo dijo Él? "El que quiera seguirme, tome su cruz…"  La cruz es el precio para los que soñamos con cambiar nuestro entorno. Con no dejar a nadie que se atraviese en nuestro camino igual que como lo encontramos. Mejorarlo. Los látigos son para aquellos que como Jesús, soñamos con impactar nuestra sociedad, que soñamos con cambiar paradigmas, matrimonios y corazones.

Eso le pasó al joven José. Un día soñó que unas espigas se inclinaban ante él. Soñó que los astros se inclinaban ante él. Y eso no le gustó a su familia. Y dice Génesis que lo aborrecieron. Tanto que trataron de matarlo y fraguaron una dolorosa e infame mentira sobre su vida, aislándolo durante varios años de su querido padre, provocando un tremendo dolor en sus corazones…

Pero… ¿ya vio quienes se opusieron a él por sus sueños? ¿Lo nota? ¡Asombroso! ¿Verdad? ¡Su propia familia! Es irónico, pero es la propia familia la que se opone a que usted realice sus sueños, sus ilusiones, sus proyectos. Es allí donde se fragua la verdadera batalla para que los sueños se hagan realidad. Y es allí donde  Pablo, Mandela, Luther King, Ghandi usted y yo, tenemos que batallar. No con puños, no con espada, no con insultos, sino con amor. Como Jesús y José. Es allí, poniendo la otra mejilla, inclinando la cerviz, doblegando el orgullo y humillando el alma será como venceremos. Por eso no debemos claudicar. No vendamos nuestros sueños a ningún precio. Vale la pena seguir cerrando los ojos y ver lo que no se ve. Un día sus padres soñaron… ¿Acaso usted no es fruto de esos sueños…? Nuestro Padre soñó con nosotros… Y aquí estamos. Su Sueño costó la Sangre de su Hijo. ¿No nos debe costar nada a nosotros, acaso…?

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