EL ORGULLO DE ABSALÓN (2 Sam. 18:9)

 

 ¡Asombroso…!

Sin darnos cuenta, nos empezamos a sentir orgullosos de lo que tenemos. O de lo que somos. Es un virus que nos infecta el alma y el corazón y empieza una caída vertical imparable.

Claro, mientras nos vemos envueltos en una vorágine de pasiones que nos van envolviendo paulatinamente no nos damos cuenta que hemos caído en sus garras. Garras que al final nos desgarraran no solo el alma sino también la vida.

Hitler es un ejemplo tangible de tal situación. Un tremendo orador. Carismático e insidioso en su mensaje. Llevó a toda una nación tras una utopía que al final tuvo que terminar con su vida con sus propias manos. Así son los tiranos. Aunque no nacen tiranos. Se van formando. A media que su medio ambiente les acoge con cordialidad, sinceridad y respeto, se van creyendo que lo que tienen o lo que son, lo tienen por mérito propio sin darse cuenta que fueron asignados por Alguien más grande que ellos.

Y ese síndrome no es nuevo. No es un mal de la era de la cibernética ni de las computadoras. No es un producto de la Matriz ni del Código Da Vinci. No. Es un producto del alma. De la bajeza más profunda de las cavernas del alma donde se cobijan esos instintos de grandeza que el hombre caído busca volver a tener. 

Quizá por eso, hace miles de años Dios nos dijo en su Palabra: "Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón" ¿Por qué? nos preguntamos nosotros. Y la misma Biblia responde: "Porque de él mana la vida"

Es esa vida la que todos persiguen. Y muchas de las veces se la llevan. Se la llevan cuando el hombre genéricamente hablando no conoce su batalla. No sabe contra quien batalla. No es contra su familia. No es contra su congregación. No es contra la sociedad. Nada de eso. Su batalla es contra él mismo. Contra ese hombre interior que se quiere perpetuar en una posición de poder, de grandeza y de omnipotencia, sin darse cuenta que a lo sumo, vivirá setenta u ochenta años. No más. Mientras que la vida sigue su curso, el hombre fenece, termina, se agota y muere…

Eso fue lo que no previó Absalón.

Su historia es conocida. Tanto como su síndrome. El Síndrome Absalón. Lo que significa "división". Era hermoso. Guapísimo. Tenía  perfil griego. Buena estatura, buen carisma, buena figura. Y, por sobre todo, tenía un cabello envidiable. Su peso se nos da en la Biblia y dice que se lo cortaba una vez al año. Negro como el azabache. Las chicas de su época suspiraban cuando lo veían pasar. Lo que no sabían era que era fruto de un hombre todo lo contrario a él: David. El Cantor de Israel. El hombre conforme al corazón de Dios. Sin embargo, Absalón creyó, como Sansón, que su poder, su belleza y su carisma provenían de su largo y hermoso cabello. No quiso enterarse que todo lo que tenía era porque sencillamente era hijo del rey David. Que era un reflejo de su humilde y guerrero padre. Se atribuyó poderes superlativos a su propia personalidad. Y eso lo mató. Me gusta una versión que cuenta su muerte. Dice que quedó colgado del cabello en unas ramas de un árbol. El cabello que tanto lo hizo hermoso fue la causa de su muerte… Lo que él amaba de sí mismo lo mató. Como la espada de Damocles, se volvió contra él. Ulises tenía su punto débil en su talón. Siegfrid, el mito alemán tenía su punto débil en la espalda… Eso quiere decir que todos tenemos un punto flaco...

¿Cuál es el suyo…? Llévelo cautivo a la obediencia de Cristo antes que lo mate.

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