DÉJENLO IR...

Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo:   --Desatadlo y dejadlo ir. Juan 11:44

¡Asombroso! ¿Verdad? Quizá usted no se había hecho la pregunta que leerá en este artículo, pero le invito a usar su imaginación como el Señor me permitió utilizar la mía mientras mi esposa predicaba este mensaje en su Estudio del Ministerio Ana un día de estos.

Siempre que la escucho predicar voy preparado para saber en qué punto el Señor me habla. Lo que se dice, me da mi propio Rhema para que yo lo analice y lo aplique a mi propia vida. Y, a costa de parecer malcriado, me imbuí en mis propios pensamientos y mentalmente fui tomando nota para escribir este artículo…

Y me pregunté: ¿Qué hubiera sucedido si Jesús no da la orden a sus seguidores para que desataran a su amigo Lázaro? ¿Qué hubiera hecho Lázaro atado de pies a cabeza con esas vendas que no le dejaban disfrutar de la libertad que Cristo le había dado? Porque despertar a Lázaro había sido todo un portento. Costó varias lágrimas, ruegos, enojos y hasta órdenes dadas al Señor. Costó que Jesús se inhibiera de asistir en cuanto sus amigas Marta y María lo mandaron a llamar, con tal de permitir que el tiempo correcto de Su Padre se llevara a cabo. Costó los regaños que esas hermanas le hicieron a Jesús por haberse tardado tanto en llegar. Y, aún más, costó la cólera escondida que vemos en Marta cuando le replica a Jesús "hiede ya, Señor", dándole a entender- como si Él no lo supiera-, que cualquier muerto, a los tres días empieza a descomponerse. Estas y muchas cosas más costaron a Jesús libertar a Lázaro de esa infame tumba en la que lo habían puesto los que creían que estaba muerto. Porque todos creían eso, menos el Señor.

Igual que con usted y conmigo. Todos creían que ya no había remedio para nosotros, ¿verdad? Todos nos tenían por apestados, por hediondos de vicios, de pecados y de aberraciones. Éramos, como se dice, "carroña". Candidatos para vivir por siempre en el infierno. Todos, incluso nosotros mismos seguramente creíamos eso. Todos. Menos Uno: El Salvador. Y, al igual que Lázaro, fuimos despertados un día, despertados a la realidad que había esperanza, que había un Plan que aún no se había desarrollado en nuestras vidas. Que faltaba algo. Que hacía falta la verdadera historia de nuestras vidas. Y, como a nuestro hermano Lázaro, dijeron nuestro nombre y algo sucedió en la eternidad. Algo que no comprendemos nos impulsó a levantarnos. Y salimos de las tinieblas, a la Luz Admirable de Jesús. Pero salimos, como Lázaro, atados. Vendados de pies a cabeza. No podíamos ver, oír ni sentir nada. Hasta que alguien, puesto por Dios, nos desató de las ataduras que trajimos del mundo pasado… Y aquí entran mis pensamientos: Si el Señor no pusiera pastores, líderes, maestros y gente que nos predique la Verdad: ¿cómo estaríamos todavía? Por eso el rhema que Dios me regaló fue ese: la orden que Jesús le dio a sus ayudantes: Desátenlo. Lázaro necesita que alguien como él, que estuvo atado, ahora lo desate. Que sienta, que escuche, que vea, que camine, que ame, que disfrute… en una palabra… que sea libre.

¿Está usted permitiendo ser desatado? ¿O aún camina con las antiguas ataduras…?

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