LO QUE SE HABÍA PERDIDO

Nació en un hogar temeroso de Dios. Sus padres tenían proyectos grandes para cuando fuera mayor. Le pusieron nombre sacerdotal para honrar a Dios.  Lo inscribieron en el mejor colegio y le pagaron los mejores maestros. Cuidaron mucho que hiciera honor a su nombre, instruyéndolo en el estudio de la Ley. Trataron por todos los medios que no se apartara de su camino para mantenerlo en la visión de que un día fuera a ocupar su lugar en el servicio del Templo…

Creció y tomó su propio rumbo. Como cualquiera de nosotros. Empezó a visitar negocios sucios y se hizo amigo de comerciantes y ricos acaudalados. Su vida comenzó a girar en torno al dinero y las cosas materiales. Le empezaron a gustar las cosas finas: buena comida, buenos perfumes y ropa de marca. Se hizo independiente de su familia y se dedicó a buscar relaciones que le significaran prestigio, recomendaciones y apoyos para llegar a donde él quería: Ser rico sin mayores esfuerzos.

Se hizo publicano. Presentó su currículum en aquella oficina del gobierno romano para aplicar a la plaza de recaudador de impuestos pero, adherido con un ganchito iba un billete de alta denominación para darle un "empujoncito" a su aplicación. Con esto y un par de cenas al reclutador, logró una oficina de recaudación de impuestos en el lugar más importante de Jerusalén…

Sus familiares y paisanos no vieron con buenos ojos esta situación y le hicieron el feo. Era un villano y traidor. ¿Cómo se le ocurre emplearse con el enemigo de su tierra? ¿Cómo se le ocurre recaudar impuestos para el invasor? ¡Definitivamente no tiene escrúpulos! De nombre sacerdotal pasó a llamarse con otros apelativos: ladrón, aprovechado, mañoso, tramposo, apestado y rechazado por sus congéneres. Ya no pudo entrar al Templo a dejar ofrendas pues era dinero mal habido. Ya no pudo celebrar la Pascua pues era un extranjero. Ya no era invitado por su familia a la Cena del Cordero pues no formaba parte de ellos. Era el equivalente a un sucio y desahuciado leproso. ¡Cuidado con tocarlo! Su sola cercanía contaminaba todo. Había que abandonarlo a su suerte y que el diablo se ocupara de él.

Pero aparece un carpintero que dice ser el Mesías. Anda por allí dando vista a los ciegos, viste al desnudo, levanta al caído, sana leprosos y da de comer al hambriento. Y nuestro hombre es todo esto y más. Es un ciego, ya no ve nada que valga la pena desde que dejó la Luz de la Palabra. Está desnudo. No tiene amigos, familia ni gente que lo abrace. Está caído y no tiene quien lo quiera levantar, se encuentra tirado en el charco de la soledad, añorando una mano que lo levante. Está leproso y no hay quien quiera tocarlo y abrazarlo para su cumpleaños, es un apestado social. Y está hambriento. Hambriento de amor, de calor, de palabras de afirmación. Solo le quedan sus sueños. Recuerda que su nombre es de origen sacerdotal y sueña con poder entrar al Templo a ofrecer su sacrificio. ¡Con gusto daría toda su fortuna por un minuto en la Presencia de Jehová! Pero nadie lo quiere. Nadie lo toca. Nadie se le acerca. Nadie le habla…

Por eso, cuando el carpintero le susurró al oído "sígueme" y sintió el tierno toque de sus dedos en el hombro, Leví, llamado Mateo, "dejándolo todo, le siguió". ¿Ve porqué lo primero que hizo fue hacerle una buena cena a Jesús? ¡Al fin había encontrado Alguien que lo abrazara, alguien que lo amara, alguien que no lo rechazara!

Porque El vino a buscar lo que se había perdido… (Como usted y como yo, señor. Como usted y como mi esposa, señora…)

 

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