GRACIA PURA...

No había nacido aún cuando ya era rechazado.  Sus padres lo abandonaron en una de las calles de su pueblo para que alguien lo recogiera. Si es que alguien lo hacía. Creció en el abandono más abyecto. Y, por supuesto, su futuro no era nada promisorio. Una plétora de amigos a cual más infame lo había rodeado desde que tenía memoria. Él mismo se sentía miserable y había hecho lo posible para cambiar de conducta pero cada vez caía más y más bajo. Hasta que se hizo el más odiado de toda la población. Insurgente, ladrón, asesino, violador y muchas linduras más por el estilo. Ese era su currículum. Era un currículum catártico para cualquiera que no deseara seguir su ejemplo.

Y, por supuesto, por ser el más repulsivo y odiado de la población, lo encerraron en una de las cárceles más duras de su tiempo.  Sentencia de muerte. Eso habían dictaminado los doctores de la Ley. Bichos como él no merecían vivir en esa sociedad, decía la sentencia. Sin lamentaciones ni lloros, fue encerrado en una de las cárceles más seguras. Había que asegurarse que no fallara el sistema para deshacerse de ese engendro del mal de una vez por todas…

Mascullando su frustración y soledad, aquella caricatura de hombre se gozaba con sus compañeros del corredor de la muerte de sus hazañas y perversiones. Hasta los guardias penitenciarios le temían. Su sola cercanía provocaba miedos y temores de ser muertos con su repulsiva mirada.

Pero una mañana, a eso de las siete u ocho de la mañana, un guardia se acerca a su celda y con su bastón le toca el hombro. –Puedes salir-, le dijo, abriéndole la celda. –Sal de aquí- fueron sus escuetas palabras.

El odiado criminal no entendía la orden. Para su sentencia de muerte aún faltaba unos trámites y no era hora para morir. Así que no se movió. Se quedó viendo al guardia con una mirada retadora. No entendía esa broma de mal gusto.

Pero el carcelero insistió. -¡Fuera! Gritó esta vez-. A esta segunda orden el aberrado ladrón ya no insistió en querer entender qué estaba sucediendo. Siguiendo de cerca al guardia caminó hacia la salida, aquella salida que se le había cerrado hacía ya mucho tiempo. A pocos metros estaba su libertad. Una libertad que nunca había soñado con alcanzar. No merecía estar en la calle. Era un miserable delincuente que lo único que merecía era la muerte, sin embargo, por alguna razón inexplicable, lo estaban dejando libre. ¿Qué sucedía con el sistema? Le dijeron que había otro delincuente más odiado aún que él. El pueblo que había pedido su cabeza había cambiado de opinión y ahora pedía la cabeza de otro más odiado todavía. No sabía qué tanto daño había causado aquel hombre que lo estaba suplantando pero ni modo, así son las cosas con la gente. Cuando salió a la calle, un gentío se aglomeraba a la puerta del pretorio. Rodeaban con gritos, insultos, palos y piedras a un hombre. Era el que iba a ocupar su lugar en el cadalso. Era la persona que habían pedido que supliera esa sed de venganza. ¿Qué había hecho? No importaba nada. Lo importante era que él era libre y nada más. ¿El otro? Que viera como se salvaba. Si podía…

Por una de esas llamaradas de sinceridad que suelen tener los más viles, preguntó el nombre de aquel desgraciado que había caído en las manos de la chusma. Una mujer llorosa le dijo el nombre: Jesús. ¿Qué Jesús? Solo Jesús, le dijo y se perdió entre la multitud… Barrabás ya no preguntó nada. Era libre y eso era lo importante...

Damas y caballeros: Eso es pura gracia…

 

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