¿A DONDE NOS LLEVAS?

El corazón alegre, hermosea el rostro…

Juan y Andrés van pensando que los lleva al desierto, como su ex maestro Juan, para orar…

Pedro, que es un hombre de acción, piensa que van a predicar y va preparando un mensaje por si Jesús necesita ayuda…

Natanael, el reflexivo,  el que siempre se sentaba bajo la higuera a meditar, piensa que los lleva a un retiro para reflexionar en el Reino de Dios…

Felipe, el griego, el culto, al que habían buscado aquellos que querían hablar con Jesús, piensa que van en un viaje de diplomacia, a buscar contactos…

Jesús ha estado cuarenta días en el desierto, batallando contra el Diablo. Nada de comida ni bebida, solo calor, soledad, alimañas y peleas. Un buen descanso le vendría bien. Esos días no han sido fáciles. Y allí va el Cordero de Dios, con sus nuevos discípulos. Ellos no saben a donde los lleva. El sí, pero no les dice nada. Como a usted y a mí…

 

Tiempo atrás, han estado con su antiguo maestro, Juan el Bautista. Hombre rudo, vestido estrafalariamente, al estilo Elías.  Su comida: Saltamontes con miel. Nada más. Nada de hamburguesas ni salchichas, mucho menos panes con pollo. Mientras menos gusto, más purificación,  una dieta digna de un santo, según ellos. Su lenguaje: duro. Frontal. Nada de diplomacia. Sin palabras escogidas ni rebuscadas. Las cosas como salen, sin sal ni pimienta.

 

Su rostro siempre compungido a causa del dolor del pecado en el hombre. El adúltero del trono lo tiene de muy mal humor y no logra quitárselo de encima. Nada de sonrisas, no hay tiempo para eso. Es tiempo de gritar el pecado del mundo no de sonreír. Los fariseos han hecho de las suyas, componiendo las Escrituras al sabor y antojo de ellos mismos. Predican pero no se convierten. Son sepulcros blanqueados y necesitan una buena reprensión.

 

Sus modales toscos. Nada de cortesías con la gente. Ellos lo que necesitan es ver a un Dios que, como prometió hace cuatrocientos años atrás Malaquías, muestre su fuego consumidor y no su amor que todos han despreciado. Por eso, cuando baja de las cuevas del desierto hacia la ciudad, lo hace de forma que todos sepan que allí va el encargado de preparar el camino al Prometido de las Naciones. Si él va a anunciar al Mesías venidero, tiene que hacerlo de manera que todos entiendan que no es tiempo de bromas ni chistes, mucho menos de jolgorio. Ya habrá tiempo para sonrisitas y alegrías. Pero no hoy, hoy es tiempo de apretarse el cinturón y bautizarse pues el hacha está puesta a la raíz y no se detendrá hasta cortar al último de los impíos que se gozan con el pecado…

 

"He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Jn. 1:29) había dicho Juan al ver a Jesús pasar cerca de él. Y sus discípulos lo siguieron.

 

Y aquí van. Siguiendo al que Juan había identificado como el Mesías prometido. Y los lleva, en silencio, a cumplir su primer viaje misionero. Sólo que no a predicar.  Ni a hacer pan, ni dar vista a los ciegos. Primero lo primero señores: Vamos a una fiesta. ¿A una fiesta…? Sus semblantes arrugados y religiosos se ponen más tensos todavía. No entienden cómo el Mesías los lleva a una fiesta de bodas. Si Juan que no era Mesías los mantenía en el desierto ayunando y golpeándose el pecho para buscar la santidad, ¿cómo es que el Mesías de Israel los lleva a un lugar de bailes y escándalos? No lo comprenden, pero lo siguen… Y llegan a Caná. Y Jesús presenta sus tarjetas de invitación y entran y se mezclan entre la gente. Allí están su mamá y sus hermanos.

 

Y Jesús disfruta la fiesta y hace que sus discípulos también lo hagan. Quiere enseñarles una primera lección: Si van a andar con Jesús, es mejor que alegren su corazón para que en su rostro se note la alegría. "Caballeros –parece decir-, compongan esas caras. Yo no soy Juan, soy Jesús y he venido para que tengan vida y vida abundante. Respeto la santidad. No apoyo la transigencia. No estoy de acuerdo con las borracheras, el adulterio ni el libertinaje. Tampoco acepto los chistes vulgares. Soy un defensor de la vida santa y libre y disfruto de las cosas buenas de la vida". Así que allí los tenemos, plácidamente disfrutando la música, viendo las danzas y gozando de esa parte de la vida que muchos discípulos de Cristo rechazan… Vaya usted a saber porqué.

 

 

 

 

 

 

 

 

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